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Justicia Ambiental, 4(5), 2024, 69-107
Revista del Poder Judicial del Perú Especializada en la Protección del Ambiente
Vol. 4, n.° 5, enero-junio, 2024, 69-107
Publicación semestral. Lima, Perú
ISSN: 2810-8353 (En línea)
DOI: 10.35292/justiciaambiental.v4i5.890
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría
política sobre posibles articulaciones del ecologismo
In the name of the planet. An analysis from political theory on
possible articulations of environmentalism
Em nome do planeta. Uma análise da teoria política sobre as
possíveis articulações do ambientalismo
I G-Á
Universidad Complutense de Madrid
(Madrid, España)
Contacto: ismaga02@ucm.es
https://orcid.org/0000-0001-9589-0744
RESUMEN
La sostenibilidad del planeta ha ido ocupando a escala global las agendas
políticas e institucionales durante las últimas décadas. Analizaremos, desde la
teoría política, hasta qué punto es correcto entender la preservación del medio
ambiente como un asunto puramente científico que pueda ser abordado al
margen de la política. A su vez, nos interrogaremos por la capacidad de la
política para trascender las ideologías en materias de primer orden como la
crisis climática. Posteriormente, analizaremos si es posible concebir al eco-
logismo como un concepto unívoco o si, por el contrario, nos encontramos
ante un significante flotante, un concepto cuyo significado permanece en
abierta disputa entre distintas articulaciones políticas que pugnan entre sí
por dotarlo de un sentido concreto, armonizándolo con el conjunto de su
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Ismael García-Ávalos
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corpus ideológico. Así, por ejemplo, el ecosocialismo, el Green New Deal,
el ambientalismo neoliberal o el ecofascismo serían algunas de las diferentes
articulaciones políticas posibles que disputarían en nuestro tiempo el sentido
del ecologismo.
Palabras clave: teoría política; ecologismo; despolitización; articulaciones
políticas; significantes flotantes y significantes vacíos; antagonismo.
Términos de indización: ciencia política; gestión ambiental; política; gestión;
política interna; derecho (Fuente: Tesauro Unesco).
ABSTRACT
The sustainability of the planet has been occupying political and institutional
agendas on a global scale over the last decades. We will analyse, from the
perspective of political theory, to what extent it is correct to understand the
preservation of the environment as a purely scientific matter that can be dealt
with outside of politics. In turn, we will question the capacity of politics to
transcend ideologies in major issues such as the climate crisis. Subsequently,
we will analyse whether it is possible to conceive of environmentalism as a
univocal concept or whether, on the contrary, we are faced with a floating
signifier, a concept whose meaning remains in open dispute between different
political articulations that struggle to give it a concrete meaning, harmonising
it with the whole of their ideological corpus. Thus, for example, ecosocialism,
the Green New Deal, neoliberal environmentalism or ecofascism would be
some of the different possible political articulations that dispute the meaning
of environmentalism in our time.
Key words: political theory; environmentalism; depoliticisation; political
articulations; floating signifiers and empty signifiers; antagonism.
Indexing terms: political science; environmental management; politics;
management; internal policy; law (Source: Unesco Thesaurus).
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RESUMO
A sustentabilidade do planeta tem vindo a ocupar as agendas políticas e
institucionais à escala global nas últimas décadas. Analisaremos, a partir da
perspetiva da teoria política, até que ponto é correto entender a preservação
do ambiente como uma questão puramente científica que pode ser tratada
fora da política. Por sua vez, questionaremos a capacidade da política para
transcender as ideologias em grandes questões como a crise climática.
Posteriormente, analisaremos se é possível conceber o ambientalismo como
um conceito unívoco ou se, pelo contrário, estamos perante um significante
flutuante, um conceito cujo significado permanece em disputa aberta entre
diferentes articulações políticas que lutam para lhe dar um significado
concreto, harmonizando-o com o conjunto do seu corpus ideológico. Assim,
por exemplo, o ecossocialismo, o Green New Deal, o ambientalismo neoliberal
ou o ecofascismo seriam algumas das diferentes articulações políticas possíveis
que disputam o significado do ambientalismo no nosso tempo.
Palavras-chave: teoria política; ambientalismo; despolitização; articulações
políticas; significantes flutuantes e significantes vazios; antagonismo.
Termos de indexação: ciência política; gestão ambiental; política; gestão;
política interna; direito (Fonte: Unesco Thesaurus).
Recibido: 16/11/2023 Revisado: 5/3/2024
Aceptado: 15/3/2024 Publicado en línea: 30/6/2024
1. INTRODUCCIÓN
En el presente trabajo vamos a interrogarnos desde la mirada de la teoría
política sobre la cuestión del ecologismo. Veremos lo que esta mirada tiene
para aportarnos sobre asuntos como el cambio climático o la preservación
del planeta, asuntos en los que pareciera que el desarrollo de la investiga-
ción científica, tendente a un consenso mayoritario, debiera tener la última
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—cuando no la única— palabra. Sin invalidar en absoluto lo que la comu-
nidad científica tiene para decirnos acerca de los retos medioambientales que
afrontamos, señalaremos los riesgos que entraña un exceso de cientificismo
que pretenda desplazar a la política del lugar que le corresponde. Sostendre-
mos que ciencia y política son disciplinas y saberes diferentes, con propósitos
diferenciados, pero que resultan no solamente compatibles, sino necesaria-
mente combinables para afrontar con garantías los retos de sostenibilidad.
Vamos a explorar a qué nos referimos cuando hablamos de ecologismo.
¿Estamos ante una ideología?, ¿podemos decir que el ecologismo presenta un
conjunto de ideas y prácticas discursivas mínimamente coherentes entre sí
como lo hacen, por ejemplo, el liberalismo, el fascismo o el socialismo? Los
grandes -ismos han representado significantes privilegiados, en cuanto a su
capacidad condensadora y articuladora en torno a sí de la significación de
un campo antagónico. Es decir, fueron capaces de fijar el sentido —siempre
de forma contingente— de lo que representaban y de trazar una frontera
—porosa y precaria, pero estable— frente a lo que se oponían. Sin embargo,
en nuestra opinión, el ecologismo dista mucho actualmente de estar en
posición de poder jugar un papel similar y, por el contrario, se asemeja mucho
más a lo que daremos en llamar un significante flotante. Es decir, un concepto
sin fijación estable y susceptible de ser redefinido y articulado en diferentes
sentidos por aquellos significantes privilegiados a los que nos hemos referido.
Desde esta perspectiva nos aproximaremos a la multiplicidad de dis-
cursos que están presentes en la arena política para tratar de entender la poli-
semia que se produce cuando hablamos de ecologismo. Así, articulaciones
muy distintas como el ecosocialismo, el Green New Deal, el ambientalismo
neoliberal o el ecofascismo se disputan la legitimidad para trazar diagnósticos
y soluciones a la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el calentamiento
global o la proliferación de refugiados climáticos. Estas diversas articulaciones
presentan contenidos muy distintos, pero todas reclaman para sí hacerlo en el
nombre del planeta.
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2. CIENCIA, POLÍTICA Y DESPOLITIZACIÓN PARA SALVAR AL PLANETA
2.1. Ciencia vs. política
Durante las últimas décadas, y de manera creciente, la necesidad de garantizar
la sostenibilidad del planeta ha irrumpido con fuerza en el escenario público.
Esta preocupación atraviesa las agendas políticas de todo tipo de gobiernos,
con independencia de sus inclinaciones ideológicas, y viene concitando el
interés creciente de la sociedad civil. Por tanto, podemos hablar de una suerte
de sentido común de época en lo que a la preservación del medio ambiente se
refiere, que encontraría su consenso hegemónico en la obligación de actuar de
manera decidida, global y coordinada para poner freno a la temida catástrofe.
El disenso respecto a este sentido común de época habría estado vedado
para cualquier actor político que no quisiera verse condenado a la irrelevancia
y retratado como un elemento perturbador y polémico, quedando automá-
ticamente por fuera de los contornos de lo que la comunidad política puede
acoger como discrepancias respetables (Swyngedouw, 2011).
Sin embargo, en la última década, el negacionismo y el escepticismo
climático
1
han ido ganando peso y capacidad de expresión desacomplejada
(Abellán-López, 2021). El auge de estos fenómenos se manifestó en todo
su esplendor durante las presidencias de Donald Trump en Estados Unidos
(Bomberg, 2017) y de Jair Bolsonaro en Brasil (Franchini et al., 2020), e
impactó también de manera notable en varios gobiernos e instituciones de
la Unión Europea (Almiron y Moreno, 2022), coincidiendo con la irrupción
de fuerzas de derecha radical y extrema derecha en el continente en el marco
de un fenómeno político global (Vicente, 2023).
En este contexto, no es de extrañar que en el imaginario colectivo se
haya instalado una cierta dicotomía ciencia vs. política en todas las cuestiones
1 El negacionismo y el escepticismo climático son diferentes etiquetas que identifican
conductas reactivas a las políticas destinadas a frenar el cambio climático. Mientras
que el negacionismo se caracteriza por negar la evidencia científica, en ocasiones con
manifiesta hostilidad hacia los propios investigadores, el escepticismo no niega las
evidencias científicas, pero cuestiona sus implicaciones relativizando así su importancia
y minimizando sus consecuencias políticas y sociales.
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referidas al cambio climático en las que no cuesta rastrear la antigua distinción
platónica entre la episteme y la doxa.
Por un lado, estaría la ciencia como el terreno de la objetividad en el
que se desenvuelven los investigadores, los expertos y los técnicos desde la
legitimidad que otorga el verdadero conocimiento en estado puro. Es decir,
la episteme sin contaminar por los influjos de la política. Estas personas,
consagradas y guiadas únicamente al saber científico, serían las que ostentarían
un posicionamiento de mayor confianza para trazar diagnósticos fidedignos y
para prescribir las soluciones necesarias.
Por otro lado, y en oposición a lo anterior, estaría la política. Vendría
a representar el terreno de todos aquellos actores cuyo lugar de enunciación
queda fuera del conocimiento científico, al menos del consenso mayoritario
que se produce en su seno, y que por ello emiten meras opiniones, en su
mayor parte confrontativas con aquel conocimiento. La política sería, por
tanto, el terreno de la doxa, del saber aparente sin datos objetivos, lo que
explicaría que los políticos, a diferencia de los investigadores, los expertos y
los técnicos, pudieran permitirse emitir opiniones escépticas y negacionistas
frente al verdadero conocimiento de la realidad que representaría el saber
científico.
Desde este punto de vista, lo más sensato pareciera dejar en manos
de la ciencia y de los expertos nuestra salvación y el destino del planeta. La
política, alejada, escéptica o contraria a los diagnósticos, las conclusiones y
las recetas del conocimiento científico solamente podría añadir confusión y
zozobra a la resolución de una problemática como la del medio ambiente
y su sostenibilidad, que precisaría aproximarse a ella desde el conocimiento
objetivo y no desde la ideología. En el mejor de los casos, la política podría
quedar subordinada a la ciencia y reducida a un espacio de implementación
incuestionada de todas aquellas acciones que desde la ciencia fuesen dictadas
al ser consideradas necesarias en función del desarrollo de sus investigaciones
objetivas.
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2.2. En busca de un lugar para la política
Asumiendo, siquiera parcialmente, la presunta objetividad del conocimiento
científico
2
, nos detendremos en las implicaciones que tendría sacar de la polí-
tica a las cuestiones que nos ocupan y lo ineficaz que resultaría finalmente
una operación de tal envergadura. Pero antes de abordar dicha operación
de despolitización, conviene discernir el lugar específico de la política. Con
frecuencia, la política ha sido presentada en una dimensión administrativa,
y lo administrativo como mera reproducción de lo existente, de los valores
y objetivos ya determinados otrora por fuera de la política (Franzé, 2021),
opacando así su dimensión creativa. Aproximaciones de esa índole permiti-
rían sustraer a la política de espacios de decisión en favor de otras esferas más
técnicas o en posesión de supuestos mejores conocimientos.
Si el saber de los expertos es una cuestión de pericia técnica, podríamos
asemejar su papel con el de la burocracia en los Estados modernos. Weber
(2012), en su estudio sobre los diferentes tipos de dominación, señalaba que
«El principal factor de la superioridad de la administración burocrática es el
papel del conocimiento especializado, que la técnica moderna y los métodos
económicos de producción de bienes han hecho imprescindible» (p. 89).
Obviamente, el sociólogo prusiano estaba lejos de pensar en la cuestión de
la sostenibilidad y se refería, en cambio, a la profesionalización de la admi-
nistración para hacer más eficiente al Estado. Sin embargo, la posición de
privilegio que reserva al conocimiento es perfectamente trasladable al caso
que nos ocupa: «Administración burocrática significa dominación en virtud
del conocimiento. Este es el que le da su carácter racional específico. El
conocimiento especializado genera una potente posición de poder» (Weber,
2012, p. 91). Cabría preguntarse, por tanto, cómo se relaciona esta posición
privilegiada de poder en virtud del conocimiento especializado frente al poder
político, qué voluntad prevalecerá en caso de discrepancia. La respuesta es
inequívoca:
2 Para una discusión a fondo sobre el cuestionamiento de la objetividad de la ciencia y la
imposibilidad de escindir el conocimiento científico de la política, dado que siempre se
trata de un conocimiento emergente dentro de estructuras de poder, remitimos a Villa
(2019).
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La cuestión es siempre quién domina el aparato burocrático existente.
Y en esto tiene posibilidades limitadas quien no es un especialista.
El funcionario especialista […] casi siempre aventaja, a la larga, a
un ministro que no sea especialista en la imposición de su voluntad.
(Weber, 2012, p. 89)
Por tanto, el inevitable proceso de burocratización de los Estados
modernos entrañaba para Max Weber riesgos evidentes para la autonomía del
espacio político en el Estado. Para Weber (2008), era esencial la distinción
entre el funcionario y el político, reservando para este último en exclusiva el
espacio de la decisión, de marcar el rumbo y ostentar la dirección del Estado:
El espíritu dirigente […] es algo distinto a un «funcionario», no nece-
sariamente en su aspecto formal, pero sí en lo sustancial. […] no se le
exige ninguna clase de cualificación profesional como a los otros fun-
cionarios. Esto indica que, atendiendo al sentido de su cargo, hay una
diferencia similar a la que se da entre un empresario y un director
general en una economía privada. O, para ser más exactos, que debe
haber una diferencia. Y así es en realidad. Si un dirigente es, por el
espíritu de su trabajo, un «funcionario», con independencia de lo dili-
gente que pueda ser, es decir, si es un hombre habituado a realizar su
trabajo honradamente y con todo celo siguiendo el reglamento y las
órdenes, ni sirve para estar al frente de una empresa privada ni al frente
del Estado. (pp. 117-119)
Sirva esta cita para ilustrar la preocupación weberiana por reivindicar el
espacio político del Estado, el espacio de la decisión, como un lugar distinto
y de características diferentes a la dominación burocrática. Proponemos sus-
tituir la técnica y el conocimiento burocrático, objeto de las reflexiones de
Weber, por la técnica y el conocimiento propio de científicos, investigadores
y expertos de nuestro tiempo. Haciendo tal ejercicio, puede observarse que el
dilema actual que nos presenta la cuestión de la sostenibilidad entre conoci-
miento objetivo y política tiene su precedente en los orígenes de la domina-
ción legal burocrática.
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Es por ello por lo que sugerimos atender también al estudio de los
señalados por Weber como deseables límites a la burocratización. Muy espe-
cialmente a su reivindicación de un espacio distinto y prominente para lo
político:
Un funcionario que reciba una orden, en su opinión, errónea, puede,
y debe, manifestar sus objeciones. Pero si el superior insiste en que se
cumpla su orden, ya no es solo una obligación para él cumplirla, sino un
honor, como se correspondiera con más íntima convicción, mostrando
con ello que su sentido del deber está por encima de su propia voluntad.
[…] Un dirigente político que actuara de esa forma merecería desprecio.
A menudo se verá obligado a pactar compromisos, es decir, a sacrificar
lo menos importante a lo más importante. Pero si no tiene arrestos para
decirle a su superior (sea el monarca o el demos): o recibo ahora esta
instrucción o me voy, no es un líder sino un mísero «apegado al cargo»
[…]. Cuando se dice que el funcionario ha de estar «por encima de
los partidos», esto quiere decir en verdad que ha de estar fuera de
la lucha por un poder propio, la lucha por un poder propio y por la
responsabilidad propia por su causa, derivada del poder, es el elemento
vital del político y del empresario. (Weber, 2008, pp. 119-120)
En esta larga cita queda perfectamente diferenciada la naturaleza del
dirigente político frente a la del funcionario. La burocracia debe poner
su pericia y su conocimiento al servicio del político, pero permaneciendo
invariablemente bajo su mando, razón por la cual se le concede la posibilidad
de manifestar sus objeciones, sin que por ello pueda dejar de estar sujeta a
cumplir diligentemente las instrucciones de su superior. El político, en cambio,
debe luchar por hacer prevalecer su criterio, incluso contra los ciudadanos
que lo eligieron y a riesgo de perder su cargo, para no verse degradado en su
condición de dirigente a la de mero ostentador de cargo público.
Por tanto, el espacio soberano de la decisión, propio del dirigente
político, no puede quedar contenido en el saber científico. El científico hoy,
como el funcionario ayer, representan una pericia y un saber necesarios para la
adopción e implementación de decisiones políticas, pero no suficientes para
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justificar dichas decisiones y las políticas públicas de ellas derivadas. Q
hacer con ese conocimiento, qué compromisos adoptar y qué sacrificios reali-
zar son cuestiones que deben decidirse exclusivamente en el espacio reserva-
do para la política y en función de criterios también estrictamente políticos.
En relación con esta cuestión, no sin cierta ironía, el propio Weber (2007)
citaba a Tolstói en una de sus conferencias más célebres: «La ciencia carece
de sentido, puesto que no tiene respuesta para las únicas cuestiones que nos
importan, las de qué debemos hacer y cómo debemos vivir» (p. 76). Esas
respuestas, en tanto que cuestiones colectivas que competen al conjunto de la
comunidad —como la preservación del planeta—, deberán ser halladas en la
esfera de la política.
El conocimiento científico no puede decirnos lo que tenemos que
hacer porque el espacio de la decisión pertenece exclusivamente a la esfera
de la política. Pensemos, por ejemplo, en el caso de un paciente terminal
sin posibilidad de recuperación. La ciencia médica puede dotarnos de los
instrumentos necesarios para mantenerlo con vida, pese a su posible dolor y
el de sus familiares, o para poner fin a su existencia de manera indolora. Sin
embargo, la decisión sobre lo que sería un tratamiento médico proporcio nado
o un encarnizamiento terapéutico, así como sobre la conveniencia o no de
legalizar la eutanasia presenta dilemas éticos para el conjunto de la comu-
nidad que pertenecen en exclusiva a la esfera de lo político. La ciencia abre
posibilidades que son transitadas en función de las orientaciones valorativas
—esto es, en referencia a los valores de una sociedad dada— y de los objetivos
que la comunidad política decide darse a sí misma. Ya sea una muerte digna
o la preservación del planeta. Y ese es, por antonomasia, el lugar para la polí-
tica: el espacio de la decisión.
2.3. ¿Hacia la despolitización verde?
Como hemos señalado, la preocupación global por la crisis climática ha ido
en aumento en nuestras sociedades. Así lo atestiguan los diversos informes
que se realizan con cierta periodicidad para mediar la evolución de la opinión
pública al respecto. El Eurobarómetro (2008), elaborado conjuntamente
por la Comisión Europea y el Parlamento Europeo, señalaba en 2008 que el
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cambio climático era, después de la pobreza, el principal problema al que se
enfrentaba el mundo para el 62 % de los encuestados. El estallido de la crisis
financiera alteró estas percepciones, situando a la cabeza de las preocupacio-
nes de la ciudadanía europea cuestiones que afectaban a su vida cotidiana
como el desempleo, el crecimiento económico, la inflación y la pérdida de
poder adquisitivo (Eurobarómetro, 2009). No obstante, para 2018, tal y
como muestra el estudio de la European Social Survey (2018), más del 90 %
de la ciudadanía europea consideraba ya que el cambio climático era una
realidad incontestable sobre la que tomar medidas.
Por su parte, en la región latinoamericana el nivel de incredulidad res-
pecto al cambio climático se situaba para 2017 en el 32 %. Si bien es un
porcentaje superior al reflejado para las sociedades europeas, también se trata
de un resultado menos homogéneo entre los distintos países que conforman
la región. El escepticismo se eleva en países de Centroamérica y en Ecuador
de manera notable, superando el 55 %, mientras que se reduce a porcentajes
similares a los europeos para países del cono sur de la región, como mues-
tra el 11 % que obtiene Uruguay. En todo caso, el 69 % de los habitantes
de América Latina considera que se trata de un problema urgente sobre el
que es necesario actuar, sitúa un 79 % de dichos habitantes a los humanos
como principales responsables del problema y declara un 71 % del conjunto
de los encuestados que deben adoptarse medidas para paliarlo incluso asu-
miendo consecuencias negativas para el crecimiento económico de la región
(Latinobarómetro, 2017).
A la luz de todos estos datos, existe un amplio consenso tanto en la
comunidad científica como en el conjunto de nuestras sociedades respecto
a dos cuestiones fundamentales: (1) el cambio climático existe y supone
un problema de primer orden y (2) deben tomarse medidas con carácter
de urgencia. Desde esta perspectiva, cabría preguntarse por qué la política
pareciera ir a rezago de este consenso mayoritario —cuando no en su contra—
y si, en lugar de ser la instancia de la que cabría esperar una solución, no se
habría convertido la política en parte del problema. Ante la imposibilidad
de alcanzar y ejecutar acuerdos desde las instituciones y la certeza de que nos
jugamos demasiado, ¿no sería mejor dejar el asunto en manos de los técnicos
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y los expertos?, ¿no estarán los técnicos y los expertos mejor capacitados para
adoptar soluciones basándose en su conocimiento científico?, ¿no tendrán,
además, mayor libertad para hacer lo que hay que hacer al estar alejados de
intereses partidistas y compromisos ideológicos?, ¿no convendría, en defini-
tiva, despolitizar el problema del cambio climático?
Diversos estudios empíricos señalan el destacado papel que desempeñan
las crecientes demandas de pericia y especialización por parte de los ciudada-
nos a la hora de ordenar sus preferencias entre distintos tipos de gobernanzas
(Bertsou y Caramani, 2022; Lavezzolo et al., 2022). En dichos estudios, los
encuestados señalan sus preferencias por expertos independientes frente a
políticos electos para las etapas de diseño e implementación de políticas públi-
cas en todos los asuntos políticos. Estas preferencias estarían en sintonía con
las tareas que, como vimos en el análisis de la dominación legal, competerían
a las burocracias en los Estados modernos. Sin embargo, para la etapa crucial
de la toma de decisiones, la que siguiendo a Weber debería quedar exclusiva-
mente reservada a la dirigencia política, los encuestados no muestran prefe-
rencia por los políticos electos frente a los expertos. De hecho, para la política
ambiental y todo lo relacionado con el cambio climático, la ciudadanía pre-
feriría que la toma de decisiones quedase también en manos de los expertos
(Bertsou, 2022).
Este tipo de gobernanza, en la que los técnicos y los expertos ocupan el
lugar de la toma de decisiones, es conocida como tecnocracia. Existen múlti-
ples aproximaciones desde la ciencia política a la tecnocracia y no pretende-
mos en este trabajo sumergirnos en ellas, baste con señalar que en el caso de
la política medioambiental estaríamos llegando a ella como solución a través
de la necesidad de hacer valer el consenso científico para implementar las
soluciones que de dicho consenso entre los expertos pudiesen derivarse.
La cuestión es que estas afirmaciones presuponen demasiados enuncia-
dos para desembocar en lo que daremos en llamar la despolitización verde,
es decir, la sustracción de la política de la toma de decisiones en materia
medioambiental y de lucha contra el cambio climático.
En primer lugar, se presupone que la ciencia es el resultado de una acu-
mulación de conocimientos. Por tanto, los expertos y los técnicos, poseedores
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de estos conocimientos, trazarían un diagnóstico objetivo e incuestionable
de la situación para, a continuación, hallar soluciones de la misma naturaleza
indiscutible en forma de políticas públicas. Los cuestionamientos, según
este argumento, están viniendo desde la esfera de la política, ralentizando,
cuando no impidiendo, la eficiencia en cuestiones tan sensibles. El asunto
decisivo es que este primer argumento desconoce la verdadera naturaleza del
conocimiento científico que no es, en absoluto, distinto a cualquier otro tipo
de conocimiento social. La ciencia, lejos de ser una sucesión acumulativa
y coherente, avanza desechando viejos paradigmas y creencias previamente
aceptados y los sustituye por nuevos paradigmas y creencias. No existen
en la ciencia fundamentos del conocimiento absolutos. En definitiva, el
conocimiento científico no escapa de la contingencia constitutiva de todo
conocimiento social. Con lo anterior no se pretende relativizar lo que la
ciencia tiene hoy para decirnos acerca del cambio climático, todo lo contrario.
Lo que queremos señalar es que la supuesta distinción de saberes a la hora de
tomar decisiones entre un saber objetivo y absoluto del lado de los expertos y
otro subjetivo y parcial del lado de la política debe ser, al menos, cuestionada.
¿Nos empuja lo antedicho a desbarrancarnos por el precipicio del relativismo?
En absoluto. Lo que hace es invitarnos a pensar toda fijación de sentido,
incluida la del conocimiento científico, como una operación de naturaleza
contingente y necesariamente expuesta a su posible dislocación para alumbrar
otra fijación de sentido alternativa, que será de naturaleza igualmente con-
tingente (Laclau, 1993). Los paradigmas pueden ser considerados, desde
esta perspectiva, como las fijaciones de sentido propias del conocimiento
científico. Este conocimiento, como todo proceso social, se rige por dinámicas
y produce efectos cognoscibles mediante la sedimentación de sus prácticas.
Es decir, si bien el conocimiento, en tanto proceso, está abierto —y obligado,
podríamos decir— a continuar evolucionando incluso mediante su propio
autocuestionamiento, la evolución histórica que lo antecede lo dota de una
sedimentación que cristaliza y fija parcialmente su sentido. Los hallazgos de
la ciencia son, por tanto, algo menos que verdades absolutas y algo más que
creencias de coyuntura.
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La ciencia puede y debe auxiliar en la toma de decisiones políticas, así
como en el diseño y la implementación de estas, pero carece de una posición
de privilegio respecto a la propia política para la adopción de tales decisiones
porque el conocimiento objetivo, absoluto e incuestionable que se le pre-
supone para ocupar tal lugar de privilegio es, en realidad, un conocimiento
contingente al estar cuestionado permanentemente por el mismo desarrollo
de la investigación científica. En otras palabras, si el conocimiento científico
que atesoramos es el fruto del descarte y la sustitución de viejos paradig-
mas para alumbrar otros nuevos, difícilmente podemos pretender congelar
el avance científico en su estado actual, renunciar a sus futuros desarrollos
contradictorios y pretender adoptar todas nuestras decisiones basándonos
en los hallazgos de los que hoy disponemos renunciando a los del mañana.
No obstante, ¿cómo es posible que esta idea, que pareciera casi una
intuición prepolítica, arraigue? Sostenemos que la despolitización es el gesto
político por excelencia. El intento continuado de presentar la cuestión
medioambiental por fuera de la política y al margen de las ideologías es,
en puridad, absolutamente político. Toda posición política está sujeta a la
lucha por el poder y, para alcanzarlo, debe disputar el sentido en la contienda
ideológica. Una posición política será tanto más exitosa cuanto más logre
naturalizar sus ideas concretas y pueda presentarlas como derivadas del sentido
común o apolíticas. A esta operación se le denomina hegemonía (Laclau y
Mouffe, 1987).
En el caso que nos ocupa, la despolitización verde consistiría en la
imposición de ideas de implementación y gestión presumiblemente asépticas
en sustitución del conflicto político derivado de las visiones parciales de las
ideologías. La tecnocracia ofrecería la promesa de gestión eficiente frente al
inoperante conflicto ideológico. En esta aproximación tecnocrática no sola-
mente subyace, como acabamos de ver, una conceptualización errónea de la
ciencia.
En segundo lugar, y no por ello menos importante, se adopta una
visión profundamente problemática respecto de la política. La tecnocracia es
el resultado más acabado, aunque no el único posible, de entender la política
como mera administración en lugar de como creadora de sentido. La política
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entendida como administración tendría como principal actividad la gestión
de los asuntos públicos de forma neutral y ponderada entre los fines preten-
didos y los medios a su disposición para alcanzarlos (leyes, impuestos, sancio-
nes, etc.). Una buena política sería aquella capaz de administrar las realidades
que suceden en otros ámbitos, como el económico o el climatológico, y de
adecuar su accionar a las necesidades de dichas realidades. Una mala política,
por tanto, sería aquella que hiciese primar intereses particulares, sesgados e
ideológicos por sobre la correcta actividad de gestión.
Lo que esta visión de la política desatiende es que la propia naturaleza
de la política hace imposible la gestión neutral, dado que toda acción admi-
nistrativa aparece irremediablemente derivada de una decisión y esta, a su vez,
es siempre sostenida en la elección de unos valores. La política es la lucha de
valores sin fundamento último y resulta, en consecuencia, radicalmente ajena
a la técnica y a la administración neutrales.
Desde esta perspectiva, lo apolítico o lo postpolítico, es decir, la ausencia
o la superación de lo político, serían nombres de un imposible, puesto que no
habría forma de cesar esa lucha por la producción y la fijación de sentido de
los valores que ordenan nuestras sociedades. Sin embargo, lo que sería posible
es tratar de invisibilizar esa lucha:
Si lo político es la lucha por el sentido que pone en juego los principios
configuradores de la comunidad, la despolitización consiste en presen-
tar esos principios como algo no sujeto a disputa, neutrales, despro-
vistos de toda violencia, y por tanto la lucha en torno a ellos como un
sinsentido salvo para interesados, fanáticos, o ignorantes: es la disolución
de lo político en la administración, en la técnica, operación que suele
dar por resultado la política. (Franzé, 2015, p. 160)
A esto nos referimos cuando hablamos de despolitización verde. Habla-
mos de la operación que pretende sustraer la lucha por el sentido político del
cambio climático, ocultar los diferentes valores en juego a la hora de apro-
ximarnos al problema y a sus posibles soluciones y, en su lugar, reducirlo
a una cuestión técnica y científica, radicalmente objetiva e incuestionable.
La cuestión es que, por paradójico que aparentemente pueda parecer, esta
Ismael García-Ávalos
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despolitización resulta ser el gesto político por excelencia. La despolitización
pretende sustraer del debate democrático las decisiones políticas que se toman
y los valores que las orientan. Pretende ocultar los fundamentos contingentes
en los que se basa para ordenar la comunidad política en un determinado sen-
tido. Pero no pretende dejar de disponer un orden concreto, sino presentarlo
como el único posible en lugar de uno preferible entre otros:
El discurso de la lucha política suele recurrir en nombre de la seriedad,
al discurso analítico-explicativo, concretamente a «los datos científicos»
o a la voz del «experto», pero lo hace no para mostrar que su perspectiva
es una posible entre otras, sino para argumentar que sus valores son
los verdaderos y/o que la realidad impone una única solución; en
ambos casos, la consecuencia es que no hay posibilidad de elegir entre
valores. Así, clausura el debate despolitizando la lucha. (Franzé, 2015,
pp. 166-167)
Sostenemos que la despolitización es un riesgo y una amenaza para las
democracias liberales y para el pluralismo. Bajo el supuesto de un fin superior
—en el caso de la despolitización verde, en el nombre del planeta— se despoja
a los miembros de la comunidad política de la capacidad para decidir sobre
los valores que deben regirla:
La configuración de la comunidad es la forma en que esta organiza
su politicidad: quién decide, cómo, sobre qué, cuáles son las voces
autorizadas y cuáles no, quién forma parte de la comunidad, qué es lo
colectivo y qué no, cuál es el papel de la política en la comunidad, qué
criterios legitiman una decisión, cómo afecta esa decisión al carácter
político de la comunidad. (Franzé, 2015, p. 162)
Todas estas cuestiones, eminentemente políticas, no pueden desaparecer
porque la comunidad no se constituye de una vez y para siempre, sino que
permanece en continua producción y disputa por el sentido; la comunidad no
puede cerrarse ni desligarse del proceso creativo que supone la política.
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría política
sobre posibles articulaciones del ecologismo
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Justicia Ambiental, 4(5), 2024, 69-107
Por su parte, la despolitización supone el ocultamiento de los valores
que sustentan las decisiones adoptadas y la negación del coste de oportunidad
que acompaña a todas ellas. La tentación tecnocrática, poner esas decisiones
en manos de científicos y expertos, supone, por tanto, sustraer al conjunto
de la comunidad la responsabilidad de tomar decisiones políticas, es decir,
decisiones sin mayor fundamento que los valores que las orientan —por
oposición a pretendidos fundamentos técnicos objetivables— para configurar
sus propios contornos y actuar en consecuencia.
La despolitización verde es un riesgo y una amenaza a las democracias
pluralistas porque sustrae la posibilidad de que diversas voces discutan sobre
las mejores decisiones a adoptar en función de los valores que pretendan
honrar —la preservación del planeta, el crecimiento sostenible, el desarrollo
con inclusión, la industrialización del tercer mundo o cualesquiera otras
decisiones— y busca, en su lugar, otorgar un lugar de enunciación privilegiado
y exclusivo a voces expertas que puedan limitarse a encontrar y administrar
adecuadamente la verdadera solución al desafío de nuestro tiempo.
Esta sensación de agravio que produce la posición aristocratizante y
elitista de la despolitización verde representa el caldo de cultivo ideal para
los argumentos negacionistas que van tomando peso en nuestras sociedades.
Lejos, por tanto, de producirse fruto de una excesiva politización, los discursos
negacionistas se presentan como el reverso tenebroso de una despolitización
en el nombre del planeta, que resulta ser de naturaleza tan abiertamente
excluyente como paradójica e irremediablemente política.
3. IDEOLOGÍA, SIGNIFICANTES VACÍOS Y FLOTANTES
Descartada la posibilidad de alcanzar un estadio postpolítico, entendido
como la superación del conflicto mediante la ausencia de la política en la
gestión, cabría interpelarse por la posibilidad de superar —en realidad, de
suprimir— la ideología de la política. Si no podemos eludir la necesidad de
elegir entre diversas opciones y de tomar decisiones sin mayor fundamento
ontológico que los valores que las inspiran, que hemos convenido como núcleo
esencial de la política, al menos podríamos esperar que dichas decisiones no
vengan «contaminadas» por ideologías que cieguen nuestras elecciones. En
Ismael García-Ávalos
86
Justicia Ambiental, 4(5), 2024, 69-107
otras palabras, si no podemos despojarnos del núcleo esencial de la política,
al menos, deberíamos poder apostar por la defensa y la promoción de deter-
minados valores frente a otros sin que nuestra apuesta venga supeditada a
ninguna ideología particular.
En teoría política puede encontrarse el enfoque de la «crítica de la
ideología» desde diferentes tradiciones. Desde el marxismo clásico, con su
señalamiento de la «falsa conciencia», hasta el ideal deliberativo habbermasiano
de una esfera pública construida sobre la base de una comunicación no
distorsionada. La base fundamental de esta crítica en todas y cada una de
las tradiciones que la hicieron suya fue abogar por un momento a partir del
cual la realidad se mostraría sin mediaciones discursivas que la tergiversen.
Superados los relatos interesados de parte, podríamos encontrar valores
objetivamente deseables, fuesen para una clase social en particular —en el
caso del marxismo— o para el conjunto de la comunidad —en el ideal
deliberativo—.
Como puede observarse, esta crítica de la ideología y el razonamiento
que la sustenta mantienen la noción de una positividad plena. Ahora no se
alcanzaría en esferas diferentes de la política, como la ciencia o la economía,
sino desde dentro de la propia política, atendiendo a la pluralidad de discursos
que alberga en su seno, filtrando las distorsiones ideológicas de parte hasta
alcanzar la ansiada neutralidad. Del mismo modo que antes teníamos un
positivismo naturalista ahora tenemos uno de carácter fenomenológico.
Una vez más, una operación así no solamente no es posible, sino que
encierra la mayor carga imaginable de aquello que presume superar. El pre-
tendido desembarazo de las distorsiones ideológicas constituye la más elevada
distorsión ideológica posible en política. Del mismo modo que señalamos
que la despolitización era el gesto político por excelencia, la noción misma de
un punto de vista político «no ideológico», sin distorsiones de parte, consti-
tuye la ilusión ideológica por excelencia.
Frente a las distintas críticas a la ideología por distorsionar el sentido
primario de lo social, sostenemos que dicho sentido primario se presenta
ya irremediablemente distorsionado. Es decir, que la distorsión no viene
precedida de un sentido primario que desvirtúa, sino que ella misma es
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría política
sobre posibles articulaciones del ecologismo
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constitutiva del sentido. El sentido original sería, en cierto modo, una ilusión.
La distorsión, por su parte, consistiría precisamente en crear esa ilusión. Por
ello, entendemos la distorsión como constitutiva del sentido de lo social. La
consecuencia más importante de este enfoque es que lo social no termina de
encontrar su cierre positivo, la sociedad no puede reconciliarse como totalidad
plena. En su lugar, encontramos una «apariencia» de cierre, intentos parciales
y contingentes de ocultamiento de la dislocación de lo social mediante
discursos que se presentan como identidades cerradas. El acto de distorsión
consiste en proyectar en esas identidades la dimensión de cierre de la que
constitutivamente carecen:
La operación de cierre es imposible pero al mismo tiempo necesaria;
imposible en razón de la dislocación constitutiva que está en la base
de todo arreglo estructural; necesaria porque sin esa fijación ficticia del
sentido no habría sentido en absoluto. (Laclau, 2014, pp. 27-28)
Lo que vemos con Laclau es que, en política, la distinción entre sentido
«objetivo» e ideología carece de fundamento, pues la ideología, en tanto ope-
ración de fijación ficticia de sentido, constituye toda pretendida objetividad
de lo social. Por tanto, no hay sentido más allá de la ideología dado que todo
sentido social se asienta necesariamente sobre ella.
Faltaría por comprender cómo la ideología «logra» su propósito de
encarnar el cierre de lo social
3
. Tal propósito no puede hacerse más que
mediante la proyección de sí misma en objetos concretos que se manifiestan
en lo social. Será aquí donde la noción de significantes vacíos y flotantes
adquiera una importancia de primer orden. Pero veamos primero cómo se
realizaría la proyección ideológica sobre los objetos concretos.
Imaginemos que EE. UU., en su condición de una de las principales
potencias económicas del mundo, decidiera reducir sus elevadas tasas de
emisiones de gases de efecto invernadero a razón de un 10 % anual. Esta
3 La ideología logra su propósito a nivel óntico, pero vimos que todo cierre de la sociedad
será necesariamente precario, contingente y abierto a la disputa política porque a nivel
óntico no puede trascender la distorsión constitutiva de lo social.
Ismael García-Ávalos
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medida, tomada aisladamente, no pasaría de ser una decisión técnica sobre
cómo administrar la economía y, de mantenerse aislada, no podría convertirse
en una ideología en la forma que la estamos entendiendo. Sin embargo, la
particularidad de la medida económica podría encarnar algo que la trascendiera
a sí misma —por ejemplo, el desarrollo sostenible, el decrecimiento, el freno
al cambio climático, la justicia ambiental, etc.—. En definitiva: la posibilidad
de percibir a la sociedad como un conjunto coherente y de ofrecerle un cierre
al sentido que la constituye.
Este es el efecto ideológico stricto sensu: la creencia en que hay un
ordenamiento social particular que aportaría el cierre y la transparencia
de la comunidad. Hay ideología siempre que un contenido particular
se presenta como más que sí mismo. Sin esta dimensión de horizonte
tendríamos ideas o sistemas de ideas, pero nunca ideologías. (Laclau,
2014, p. 29)
Así, vemos como el objeto concreto —la reducción de las emisiones de
gases de efecto invernadero, en nuestro ejemplo— comienza a encarnar algo
que lo trasciende. Pero eso que trasciende al objeto concreto —la ideología
que simula el cierre de sentido comunitario— no puede ser una otredad
respecto al objeto, dado que su única forma de constituirse es mediante su
proyección en objetos concretos. La cuestión esencial aquí es que el objeto
que pasa a encarnar la ideología debe sufrir una transformación, un
vaciamiento, para trascender su sentido concreto y acoger en su seno el sentido
del cierre de lo social que ofrece la ideología que se proyecta sobre él.
Imaginemos que se procura dar un cierre verde —un intento ecologista
de definir el sentido de lo social— mediante, por ejemplo, el enunciado
«preservación del planeta». El consumo responsable, la conservación de la
biodiversidad, la racionalización del uso hidráulico, la finalización de la
sobrepesca y la ganadería industrial, poner coto a la contaminación química
y electromagnética, así como la apuesta por transportes de bajas emisiones
supondrían, entre otras, nociones de lo que podríamos llamar «preservación
del planeta». Sin lugar a duda, podríamos ampliar el listado de forma
prácticamente infinita. A este listado es a lo que Laclau nombra cadena de
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría política
sobre posibles articulaciones del ecologismo
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equivalencias. Nuestro punto es que lo que la cadena gana en expansión,
y en aparente enriquecimiento de sentido del significante que la nombra
—preservación del planeta— es, en realidad, vaciamiento de sentido.
La necesidad de especificar lo que todos los eslabones de la cadena de
equivalencias tienen en común para mantener el sentido de lo que pretenden
expresar obliga a aminorar sus rasgos diferenciales. Y, del otro lado, el signi-
ficante «preservación del planeta» se ve obligado a desligarse cada vez más de
cualquier significado concreto para acoger en su seno los múltiples y diver-
sos eslabones de la cadena equivalencial. A este proceso es al que llamamos
vaciamiento, y tiene como resultado la producción de un significante vacío.
Llegados a este punto, podríamos concluir que el ecologismo, en tanto
ideología, está basado en la producción de un sentido de lo social represen-
tado por un significante vacío, la «conservación del planeta», de naturaleza
pretendida y necesariamente ambigua para poder ganar extensión en su
representación. Esta conclusión es en sí misma parcialmente correcta, pero
insuficiente. Es insuficiente porque no alcanza a explicar por qué el eco-
logismo, además de ambiguo, resulta equívoco a la hora de establecer su
fijación de sentido. Resulta evidente que cuando hablamos de socialismo,
neoliberalismo o fascismo podemos hacernos una idea más precisa de la
constelación de ideas y valores que aglutinan estos significantes. ¿Cuál es el
motivo, entonces, de que el ecologismo nos resulte más difuso?, ¿por qué
nos parece evidente que resultaría más apropiado hablar de ecologismos, en
plural?, ¿cómo explicar que esa pluralidad deba venir integrada en otras ideo-
logías para ofrecernos un cierre de sentido realmente comprensible? Así, sola-
mente logramos entender el sentido del cierre de lo social que los ecologismos
nos ofrecen cuando hablamos de ecosocialismo, Green New Deal, ambien-
talismo neoliberal o ecofascismo, es decir, cuando subsumimos el componente
ecologista en otras ideologías que nos resultan cognoscibles.
No se trata de que esas otras ideologías presenten un sentido positivo a
diferencia de la vacuidad del ecologismo, pues ya hemos visto que ese positi-
vismo es imposible y que un grado de vacuidad es condición de posibilidad
de la articulación. Basta un somero repaso por cualquiera de las tradicio-
nes ideológicas aludidas para comprobar que han venido siendo sometidas a
Ismael García-Ávalos
90
Justicia Ambiental, 4(5), 2024, 69-107
variaciones, reformulaciones y, en definitiva, muy diferentes formas de articu-
lación y expresión a lo largo de la historia. Sin embargo, en contraposición al
ecologismo, parecen presentar un sistema de significación estable. Así pues,
el pasaje de lo equívoco —entendido como dudoso y problemático—, que
podríamos asociar al ecologismo, a lo ambiguo —entendido como cualidad
propia de las ideologías que logran fijar parcialmente el sentido de su signi-
ficación—, será el pasaje de un significante flotante a un significante vacío.
En efecto, un significante vacío será un significante flotante que presenta
algo más que le posibilita fijar el sentido del cierre de lo social por sí mismo.
De no presentar ese plus, ese algo más, el significante no logrará representar
cierre de lo social alguno
4
.
En otras palabras: un significante que albergue potencialmente en su
seno la producción de un sentido de lo social no tiene garantizado lograr
hacerlo, pues, en puridad, todos podrían desplegar esa potencialidad. El
sistema de significación que represente el sentido de lo social precisa, además,
constituirse a través de la exclusión radical. La exclusión funda el sistema de
significación como tal. ¿Por qué? Porque ya convenimos que el sistema de
significación —la ideología— no puede tener ningún fundamento positivo
y, en consecuencia, no puede significarse a sí mismo en términos positivos.
Un significante vacío tiene la función de aminorar las diferencias en su
interior y resaltarlas hacia su exterior. Para tal operación, precisa trazar una
frontera estable entre el adentro y el afuera que le permita distinguir entre lo
incluido y lo excluido en la ilusión de cierre que encarna para la comunidad.
Veamos cómo funciona este mecanismo de producción de sentido mediante
la exclusión:
Si la dimensión de exclusión fuera eliminada, o aun tan solo reducida,
lo que ocurriría es que el carácter diferencial de ese «más allá» [de la
frontera] se impondría, lo que resultaría en un desdibujamiento de los
límites del sistema. Solo, si el más más allá pasa a ser el significante de
4 Para una aproximación de cómo, en determinadas articulaciones políticas, ese signi-
ficante vacío puede convertirse tendencialmente en un nombre —en el nombre del
líder— remitimos a García-Ávalos (2023a).
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría política
sobre posibles articulaciones del ecologismo
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la pura amenaza, de la pura negatividad, de lo simplemente excluido,
puede haber límites y sistema (es decir, un orden objetivo). Pero las varias
categorías excluidas, a los efectos de ser los significantes de lo excluido
(o, simplemente, de la exclusión), tienen que cancelar sus diferencias a
través de la formación de una cadena de equivalencias de aquello que el
sistema demoniza a los efectos de significarse a sí mismo. Nuevamente,
vemos aquí la posibilidad de un significante vacío anunciándose a sí
mismo a través de esta lógica en que las diferencias se disuelven en
cadenas equivalenciales. (Laclau, 1996, p. 88)
En esta cita que traemos a colación, Laclau precisa la necesidad de que
esa frontera, además de estable, sea antagónica. Por fuera de la frontera debe
quedar «la pura amenaza» y «la pura negatividad». Pero, además, nos señala
otro punto crucial. Ese exterior constitutivo, lo que queda por fuera de la
frontera y permite fijar el sentido de lo que queda por dentro, no puede
quedar disperso. La frontera no puede trazarse simplemente frente a negati-
vidades o amenazas diferenciadas y diferenciables, se precisa que por fuera
de la frontera se constituya también un Otro mediante el mecanismo equi-
valencial que vimos anteriormente. Esto queda más claro si volvemos al
ejemplo de las ideologías que venimos manejando. El socialismo se contra-
pone al capitalismo, el neoliberalismo a la socialdemocracia y el fascismo al
comunismo.
Esta dimensión de exclusión radical, en cambio, está ausente en los
significantes flotantes. Cabe destacar que la distinción que estamos haciendo
entre significantes vacíos y flotantes nos sirve a los meros efectos analíticos.
En realidad, el proceso de fijación de sentido de lo social es muchísimo más
fluido e impredecible. La frontera, que precisa ser estable y se presenta como
tal, es por necesidad porosa y contingente. Justamente, la propia frontera
está en permanente proceso de cuestionamiento y reescritura, lo que permite
articular y desarticular a un lado y al otro de ella, así como constituir nuevas
fronteras. Hecha esta salvedad podemos entender mejor que un significante
puede ir desplegando también su potencial antagonista y constituir una
nueva frontera que presente una exclusión radical. La cuestión aquí es que los
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significantes flotantes, en cuanto tales, no presentan con claridad su «más allá»
como una pura negatividad y amenaza. No toda articulación es igualmente
capaz de transformar sus contenidos en un punto nodal que pueda tornarse
un significante vacío. Nuestra hipótesis es que el ecologismo, en la actualidad,
está lejos de conseguir constituirse como tal y ofrecer un cierre a la comunidad;
que es tanto como afirmar que el ecologismo no puede ser considerado una
ideología.
4. APROXIMACIONES A POSIBLES ARTICULACIONES DEL
ECOLOGISMO
Sostenemos que el ecologismo no puede ser considerado una ideología porque
carece de la dimensión de exclusión radical que le permitiría proponer una
fijación de sentido de lo social. En otras palabras, el ecologismo no es capaz
de presentar un antagonismo visible como sí hacen otras ideologías. Y hemos
visto que, en ese caso, nos encontramos ante un significante flotante. Es decir,
un término equívoco que puede ser ganado —articulado— en otros proyectos
ideológicos que concreten su sentido y sí presenten la capacidad de ofrecer
un cierre a la comunidad. La idea de flotación en el significante flotante,
además de a su equivocidad respecto de su significado, hace referencia a
la volatilidad con la que puede fluctuar entre diversos proyectos de fijación
de sentido más estables. El enunciado «preservación del planeta» asociado al
ecologismo no ha logrado, por sí mismo, trazar una frontera antagónica que
muestre del otro lado la pura negatividad y amenaza. Sin embargo, permanece
disponible en lo social para articulaciones ideológicas que fijen su sentido y
pongan rostro al Otro de la frontera.
Que el ecologismo no sea capaz de lograr una fijación de sentido propia
no quiere decir, en modo alguno, que no pueda atravesar las distintas articu-
laciones ideológicas en pugna que se discuten de manera confrontativa el
sentido de lo social. De hecho, la agenda verde se presenta hoy como ineludi-
ble, especialmente para aquellas articulaciones que aspiren a concitar el apoyo
de mayorías sociales en democracias liberales. Por tanto, «preservación del
planeta» es un enunciado en disputa para los diversos proyectos ideológicos,
un significante flotante:
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sobre posibles articulaciones del ecologismo
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La cuestión ya no radica en que el particularismo de la demanda se
vuelve autosuficiente e independiente de cualquier articulación equiva-
lencial; sino en que su sentido permanece indeciso entre fronteras equi-
valentes alternativas. A los significantes cuyo sentido está «suspendido»
de este modo los denominamos significantes flotantes. (Laclau, 2005,
p. 165)
Sin ningún ánimo de exhaustividad, pues no es el objeto del presente
trabajo, haremos a continuación un brevísimo recorrido por alguna de esas
articulaciones que disputan el ecologismo. Lo haremos para hilvanar cómo
ideologías con fijaciones de sentido disímiles incorporan el componente verde
a sus sistemas de significación. Mostraremos hasta qué punto transforman al
ecologismo al incorporarlo a una cadena equivalencial más amplia y dotarlo
de un antagonista; y atenderemos a cómo la incorporación del ecologismo
transforma también a las ideologías articuladoras. Porque algo es clave en todo
proceso articulatorio: el elemento articulado se transforma al ser incorporado
a una cadena de equivalencias, pero el resultante final de esa cadena también
es una modificación fruto de la articulación. Tras el proceso articulatorio,
ni la cadena equivalencial previa ni el elemento articulado son iguales a sí
mismos antes del proceso. La ideología que articula en su seno el enunciado
«preservación del planeta» se transforma en igual medida que transforma al
propio enunciado al articularlo.
4.1. Ecosocialismo
El ecosocialismo supone una de las primeras articulaciones ideológicas en las
que se encuadra el ecologismo en el siglo XX. Su planteamiento es sencillo:
hibridar la cuestión social y la cuestión ambiental. Tras este planteamiento
inicial, en realidad, la cuestión ambiental quedará subordinada y determinada
por la social. La operación no podría ser de otra manera, pues no hablamos de
una yuxtaposición, sino de una articulación en una cadena de equivalencias
en la cual la fijación de sentido solamente puede venir estabilizada por un
elemento hegemónico. Para el ecosocialismo, sin duda, ese elemento será la
cuestión social.
Ismael García-Ávalos
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El socialismo le ofrece al enunciado «preservación del planeta» la exclu-
sión radical que le venía faltando. El capitalismo, además de ser el respon-
sable de las desigualdades sociales, se torna responsable directo y exclusivo
del cambio climático. La amenaza plena para la preservación del planeta es,
bajo el prisma del ecosocialismo, el sistema de producción capitalista (Löwy,
2011). Por tanto, para salvar al planeta la humanidad debe deshacerse del
capitalismo.
Nótese que el ecosocialismo no solamente ofrece al ecologismo una
negatividad externa, sino que lo integra en la propia del socialismo. Es por
ello por lo que la cuestión ambiental pasa a ser un elemento más, aunque
especialmente relevante, de la cadena de equivalencias que conforma la
pretensión de fijación de sentido de signo socialista. En coherencia con esto,
todos los intentos de paliar los efectos del cambio climático sin superar el
modelo de producción capitalista serán considerados como insuficientes,
cuando no timoratos. No es de extrañar esta aproximación a estos, pues
reproduce el esquema de rechazo del marxismo revolucionario frente al
reformismo socialdemócrata de inspiración bersteiniana. Del mismo modo
que las reformas de carácter social, paulatinas y graduales en el marco de
las democracias capitalistas no podrían jamás conducir al socialismo, las
reformas de carácter medioambiental serán incapaces de evitar la catástrofe
climática. No obstante, el ecosocialismo presenta diferentes estrategias para
plasmar sus objetivos y no desdeña por completo la vía institucional para
impulsar las transformaciones necesarias. Sí señala, en todo caso, los límites
de las actuales democracias liberales, de corte capitalista, para afrontar las
profundas transformaciones de nuestros sistemas productivos en el sentido
que, a su juicio, demanda la crisis climática. El ecosocialismo nos plantea un
escenario en el que debemos poner fin al capitalismo para evitar el colapso.
El socialismo es necesario en el nombre del planeta.
4.2. Green New Deal
El Green New Deal puede ser entendido, a grandes rasgos, como el proyecto
reformista, paulatino y gradual para la preservación del planeta. De alguna
manera, pretende contraponerse a las teorías del decrecimiento —que, no sin
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría política
sobre posibles articulaciones del ecologismo
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matices, podríamos encuadrar en el ecosocialismo— y plantear la posibilidad
de un crecimiento sostenido y sostenible. Pero su antagonismo no se sitúa
ahí, simplemente se desprende de los elementos subversivos y revolucionarios
que el ecosocialismo presenta. El antagonista, el exterior constitutivo de esta
articulación, se sitúa en otro lugar:
El Green New Deal propone un ambicioso programa de reformas estruc-
turales para modernizar ecológicamente la economía respondiendo al
peligro climático y ambiental al mismo tiempo que se ataja la desigual-
dad social cronificada. Todo ello gracias a un mayor protagonismo del
Estado en materia de regulación económica, poder fiscal y política
industrial. (Santiago, 2022, p. 17)
Es decir, el Green New Deal es un keynesianismo verde y, como tal, no
sitúa su exclusión radical en sistema capitalista como hiciera el ecosocialismo.
Su fijación de sentido, por el contrario, pasa por investir como antagonista al
modelo neoliberal. Su amenaza plena es el neoliberalismo, entendido como
un modelo social, político y económico completamente desregulado que
prioriza el beneficio ingente de unos pocos en detrimento del bienestar de
las mayorías sociales y, por supuesto, de la preservación del planeta. Una vez
más, vemos cómo la cuestión ambiental queda perfectamente articulada en
una fijación de sentido previa respecto a la frontera de lo social.
No es casualidad que el Green New Deal apueste por reformas ambi-
ciosas en los sistemas fiscales, en los modelos productivos y en las propias
administraciones de los Estados. Esos fueron los pilares que posibilitaron el
cambio de ciclo económico a mediados del siglo XX como respuesta a la
Gran Depresión y a la posterior posguerra de la II Guerra Mundial, y la
construcción de los llamados Estados de bienestar entendidos como una
mezcla de democracia, bienestar social y capitalismo.
La cuestión ambiental pasa aquí a ser un eslabón más de una cadena
que tiene como negatividad extrema el modelo neoliberal imperante desde
el derrumbe del proyecto keynesiano en la década de los ochenta del
pasado siglo. Lo que se pretende es revertir la hegemonía del paradigma
neoliberal, basado en la intervención mínima del Estado, la desregulación y
Ismael García-Ávalos
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las privatizaciones. En este intento de fijación de sentido, la preservación de
la naturaleza estaría en riesgo por haber sido dejada en las manos invisibles
del mercado. Reformas fiscales, productivas y regulatorias son necesarias en el
nombre del planeta.
4.3. Ambientalismo neoliberal
El ambientalismo neoliberal es la articulación más complicada de presentar
porque constituye la articulación del ecologismo con la ideología dominante:
el neoliberalismo. Vimos cómo una ideología, cuanto mayor dominio tenga
del plano político, mayor esfuerzo hará por presentar los valores que sustentan
su política como «no ideologizados». Al igual que buscará presentar sus
decisiones políticas como acciones despolitizadas. Eso es justamente lo que
sucede con el neoliberalismo. Por un lado, en el plano ideológico, pretende
objetivarse como la mejor forma de organizar la comunidad política por
encima de modelos ideológicos fracasados. Por otro lado, en el plano político,
pretende naturalizarse, ocultando los valores que sustentan sus políticas y
presentándolas como derivadas de los imperativos de otras esferas ajenas a la
política como la economía o la ciencia.
Resulta complicado atender al proceso de articulación del ecologismo
con el neoliberalismo porque hablamos de una ideología que pretende —no
sin cierto éxito— borrar sus huellas sobre el proceso de significación para
mostrarse no como una entre otras opciones, sino como la opción correcta
para lograr un cierre de sentido estable de lo social. En todo caso, y pese a las
dificultades, aún es posible rastrear las huellas en la operación hegemónica del
neoliberalismo para interrogarnos acerca de su radical exclusión.
El neoliberalismo es un modelo político, económico y cultural que
surge en el seno de las democracias liberales. Las democracias liberales son
el resultado de un equilibrio de compromiso entre tradiciones diferentes,
otrora enfrentadas y no necesariamente conciliables. Nos referimos, por un
lado, a la tradición democrática y, por otro lado, a la tradición liberal. El
matrimonio entre liberalismo y democracia, que hoy damos por sentado, fue
una relación francamente convulsa desde finales del siglo XVIII, a lo largo
de todo el siglo XIX y durante buena parte del siglo XX. El liberalismo, en
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría política
sobre posibles articulaciones del ecologismo
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su ensalzamiento de la libertad como valor máximo, desconfió desde un
principio de la irrupción de las masas en política y apostó por mecanismos
de representación que redujeran la comunidad, como el sufragio restringido,
a fin de evitar «la dictadura de las navajas». La democracia, por su parte,
al rezarle a la igualdad en el altar de los valores supremos, desconfió de los
desequilibrios sociales, políticos y económicos que el liberalismo introducía
en la comunidad. Consideraba que solamente podrían ser paliados con la
ampliación del demos y el cumplimiento de la voluntad general, aun cuando
eso supusiera desconocer a las minorías atropellando sus derechos.
El matrimonio entre liberalismo y democracia ha sido producto de
una unión contingente no exenta aún de tensiones. El neoliberalismo es un
modelo que aparece en escena para redefinir los términos nupciales en detri-
mento de uno de los cónyuges: la democracia entendida como soberanía
popular y el igualitarismo resultante de su predominio
5
.
Las bases del neoliberalismo se encuentran en su rechazo al inter-
vencionismo estatal, a su defensa de la desregulación de los mercados y de
las privatizaciones. Es decir, al aminoramiento de lo común y la conquista
de espacios públicos por manos privadas. Al neoliberalismo no le sobra el
Estado, entendido como un ente encargado de proveer seguridad interior,
salvaguardar las fronteras y administrar justicia con arreglo a las leyes. Lo que
el neoliberalismo cuestiona es el Estado social, resultado de los procesos de
reconocimiento de la soberanía popular en las democracias liberales. Por ello,
debemos señalar que la exclusión radical, la amenaza plena y su antagonismo
es el igualitarismo democrático. No hablamos tanto de un rechazo frontal
a la democracia como sistema de representación, sino de la exclusión de la
participación directa del pueblo, que conduce a sus demandas de igualdad,
5 Sostenemos que, del mismo modo que el neoliberalismo propone un desbalance en
favor de uno de los miembros del binomio que conforman las democracias liberales,
existe otra lógica política que pretende hacer el movimiento simétricamente opuesto
en favor del componente democrático, con independencia de sus contenidos progra-
máticos concretos: el populismo. «El populismo es precisamente una de las formas de
constituir la propia unidad de grupo, la comunidad política, siendo la articulación
entre distintas demandas sociales la instancia constitutiva inicial de dicho grupo» (Ipar
y García-Ávalos, 2021, p. 51).
Ismael García-Ávalos
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y del reconocimiento de este como un sujeto colectivo soberano. Para el
neoliberalismo no existen más que individuos aislados y su libertad está
permanentemente amenazada por la pretensión de imponer regulaciones en
nombre de un supuesto interés general. Esa deriva termina imponiendo la
uniformidad por sobre las diferencias, así como cercenando libertades indi-
viduales. El individuo debe ser protegido frente al colectivo. La libertad debe
ser salvada de ser arrasada por el rodillo de la igualdad.
La base ideológica del neoliberalismo permite una articulación del eco-
logismo desde el prisma exclusivo de los derechos individuales y la negación
de la comunidad política como sujeto colectivo soberano. Siguiendo los prin-
cipios neoliberales, la apropiación de los bienes y recursos naturales, así como
la alteración del propio ecosistema, serían posibles a condición de que otros
individuos pudiesen hacerlo de igual forma. La cuestión es que la crisis climá-
tica pone de manifiesto la finitud de esos recursos y el punto de no retorno
de ciertas alteraciones. Pero el neoliberalismo también tiene respuesta desde
su propio sistema de significación. Ante el perjuicio irreparable que pudiera
producir la actividad de un individuo —por ejemplo, los daños resultantes
de la contaminación— se habilita el establecimiento de compensaciones. Se
atribuyen cierta cantidad de derechos de emisión e incluso se constituye un
nuevo mercado en el que los agentes implicados pueden comerciar con sus
derechos de emisión. La cuestión ambiental queda mercantilizada y subsu-
mida en la lógica del mercado, pilar fundamental del entramado neoliberal.
Por supuesto, parte de una pretendida medición objetivable sobre las
posibilidades de contaminación que coloca en el centro a los «expertos»
y trata de despolitizar el problema. Sin embargo, si rastreamos las huellas
del proceso de significación que se nos presenta, podemos observar cómo
el neoliberalismo ambientalista asegura la preservación de las prácticas de
acumulación que sustentan su modelo.
La articulación del ecologismo en el neoliberalismo es compleja, pero
responde al intento de articular la cuestión ambiental en este sistema de
significación. El neoliberalismo ha logrado, desde hace al menos tres décadas,
normalizar procesos de acumulación por desposesión y procesos de acumula-
ción por conservación dentro de su marco ideológico, implementando políti-
cas públicas desde instancias supranacionales a tal efecto:
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría política
sobre posibles articulaciones del ecologismo
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dada la mayor financiarización mediante la acumulación por despose-
sión en el contexto neoliberal, se daría una conservación ficticia con
bancos de especies, mercados de carbono o el propio REDD+. El
avance de esta financiarización es lo que progresivamente habrá ido
subordinando al Sur global a todas las actividades de conservación de
cara a ampliar o mantener las capacidades de crecimiento del Norte
dadas las mayores limitaciones establecidas por las regulaciones supra-
nacionales. (Villa, 2022, p. 8)
En consecuencia, las medidas conservacionistas que se han venido
aplicando no han sido antagónicas con respecto al modelo extractivista, sino
que lo han reforzado y expandido:
la conservación neoliberal a través de las prácticas del desarrollo soste-
nible no implica una contradicción entre explotación de recursos y su
conservación en el Sur global y en la periferia, ya que son procesos que
no son antagónicos, como se habría podido ver previamente bajo otras
formas de compatibilizar acumulación y conservación a lo largo del
desarrollo histórico del modo de producción capitalista. (Villa, 2022,
p. 17)
Es decir, el neoliberalismo ha encontrado la forma de suturar una con-
tradicción otrora antagónica en beneficio propio estableciendo un sistema
de significación en el que acumulación y conservación son realizables a un
tiempo y, por supuesto, regidas por las lógicas del mercado. Crecimiento eco-
nómico desregulado, generación de excedente y nuevos ciclos de acumulación
son necesarios en el nombre del planeta.
4.4. Ecofascismo
El significante ecofascismo no está exento de polémica, toda vez que el fas-
cismo parece una ideología sin presencia genuina significativa en nuestras
sociedades y, por ello, no sería el fascismo como tal la ideología articulatoria.
En todo caso, el auge de nuevas derechas radicales, extremas derechas y movi-
mientos posfascitas (Vicente, 2023) invita a prestar una especial atención
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en nuestro análisis a lo que ocurre en ese universo ideológico. Es necesa-
rio aclarar que la articulación entre dicho universo y el ecologismo es, en el
momento de escribir estas líneas, una realidad incipiente que se abre camino
con dificultades. La articulación no resulta sencilla, puesto que implica el
pasaje del negacionismo que profesan la mayoría de estos actores (Mudde,
2007) a una integración de la cuestión medioambiental en su sistema de signi-
ficación. Además, para atender a este espacio no basta con reducir la atención
a «la derecha de la derecha», puesto que algunos de estos actores pretenden
eludir su encuadramiento en el eje izquierda-derecha (García-Ávalos, 2023b).
Con todo, hablar de ecofascismo para referirnos a la articulación entre
esta constelación de actores y el ecologismo tiene sentido porque el antece-
dente más destacado de una articulación de signo similar lo representa el
propio nazismo (Biehl y Staudenmaier, 2019). El régimen nazi ostentó su
propia agenda verde basada en la creencia en una naturaleza primigenia e
intacta, que encajaba perfectamente con su reivindicación del espacio vital
destinado al pueblo soberano alemán.
Este poderoso antecedente de articulación ecologista en la ideología
nazi sirve para arrojar dos conclusiones irrefutables. En primer lugar, que el
ecologismo no tiene por qué estar exclusivamente disponible para articula-
ciones progresistas ni tan siquiera democráticas. Su carácter de flotación lo
vuelven un término en disputa por todas las articulaciones que pugnan por
la significación del sentido de lo social. En segundo lugar, que los movimien-
tos reaccionarios contemporáneos pueden invocar su propia agenda verde a
condición de ofrecerle al ecologismo la radical exclusión de la cual carece por
sí mismo:
Muchos de estos partidos utilizan retóricas populistas, esto es, dividen a
la sociedad en dos bloques: «el pueblo» puro y auténtico, y «las élites»,
corruptas, globalistas y alejadas de los intereses nacionales. A su vez, la
supuesta pureza del pueblo en términos raciales se equipara a la pureza
natural. (Viso, 2021, p. 129)
En este sentido, la articulación del ecologismo pasa por establecer una
equivalencia entre «el pueblo» y «la tierra», entendiendo a la nación como
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sobre posibles articulaciones del ecologismo
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a un sujeto colectivo conformado por las generaciones presentes, pasadas y
futuras; todas ellas enraizadas en una misma tierra-espacio natural. De este
modo, para preservar la autenticidad de la naturaleza y del pueblo que la
habita se tornan necesarias medidas como el cierre de las fronteras contra
los inmigrantes o la defensa de la soberanía nacional frente al globalismo.
La reivindicación de la naturaleza en un sentido esencialista y de los modos
de vida asociados a lo rural, de indudable carácter más tradicional, frente
al cosmopolitismo urbanita que disuelve las identidades nacionales son el
resultante de la articulación del ecologismo por las derechas radicales. Natura-
leza, campo y tradición frente al desarraigado cosmopolitismo urbanita. Del
mismo modo, medidas como la apuesta por las energías renovables podrían
ser apoyadas por lo que de reducción respecto a la dependencia energética de
otros supondrían. Industria y empleos locales frente al mercado global.
Como sabemos, este universo ideológico está lejos de presentar un
consenso sobre la articulación del ecologismo en su seno. No son pocos los
actores que lo conforman y apuestan por el negacionismo. No obstante, sus
posiciones son muy variables y van encontrando acomodo en este espacio de
articulaciones ecoautoritarias. Dado el previsible crecimiento por la preocu-
pación sobre estas cuestiones y el avance incontestable de las consecuencias
de la crisis climática, podría esperarse que los intentos de articulación del
ecologismo vayan creciendo en detrimento del negacionismo en el seno de
las nuevas derechas radicales, las extremas derechas y los movimientos posfas-
cistas. El carácter de flotación del ecologismo permite pensar la posibilidad
de articulaciones de este signo. Desde este universo ideológico, seguridad,
cierre de fronteras y proteccionismo económico y cultural son necesarios en
el nombre del planeta.
5. CONCLUSIONES
A lo largo de este trabajo hemos tratado de resolver desde la teoría política
varios de los que consideramos los principales interrogantes de nuestro tiempo
acerca del papel de la política para abordar y resolver la crisis climática, así
como del carácter del ecologismo en particular en tanto proyecto político.
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Hemos visto cómo la dicotomía ciencia vs. política, que preside el sentido
común al aproximarnos a estas cuestiones, no es inocua y comporta riesgos
muy elevados. Se asocia la ciencia con el conocimiento objetivo y la política
con el cuestionamiento del conocimiento científico acumulado. Desde este
punto de vista, la politización de la cuestión climática resulta un problema
porque permite introducir discursos negacionistas y escépticos respecto de
datos científicos que deberían permanecer incontestables. Nos cuestionamos
esta visión tan asentada para buscarle un lugar a la política que no pase por la
confrontación con la ciencia o su subordinación al conocimiento científico.
La ciencia puede y debe jugar un papel auxiliar que nos permita adoptar
decisiones muchísimo mejor informadas, pero en modo alguno puede ocupar
el espacio de la política: el espacio de la decisión.
Los intentos de desplazar la política, que hemos dado en llamar despo-
litización verde, nos llevarían a un tipo de gobernanza en la que técnicos y
«expertos» adoptarían las decisiones, a una suerte de tecnocracia ecológica
sustentada en la promesa de alcanzar la máxima eficiencia eliminando el
conflicto ideológico. Analizamos cómo esta operación pretende sustraer la
lucha por el sentido político del cambio climático, ocultar los diferentes valores
en juego a la hora de aproximarnos al problema y a sus posibles soluciones y,
en su lugar, reducirlo a una cuestión técnica y científica, radicalmente objetiva
e incuestionable.
Sin embargo, tal y como pudimos analizar, esta despolitización resulta
ser el gesto político por excelencia. Un gesto político que, como señalamos,
con su marcado elitismo y su pretensión de clausurar el debate, abona el
terreno de los agravios en el que germina el negacionismo climático y supone
un riesgo y una amenaza para el pluralismo de las democracias liberales.
Posteriormente, exploramos la posibilidad de adoptar decisiones políti-
cas que no viniesen «contaminadas» por el influjo de las ideologías. Obser-
vamos cómo este anhelo encierra, en realidad, la pretensión de reintroducir
un positivismo ausente en la construcción de sentido de lo social. Las ideo-
logías son las operaciones que procuran el cierre de lo social, operaciones
tan imposibles como necesarias para lograr dotarnos de un sistema mínima-
mente estable de significación. Vimos cómo se construyen estas operaciones
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría política
sobre posibles articulaciones del ecologismo
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en torno a la noción de significante vacío, su diferencia con la noción de
significante flotante, la importancia de la frontera antagónica en el proceso
de articulación y la transcendencia de todos estos conceptos para entender la
política como una lógica de producción de sentido más allá de su dimensión
de administración.
Señalamos, a continuación, las razones por las que consideramos que
el ecologismo no puede ser considerado una ideología. Fundamentalmente,
su ausencia de una exclusión radical lo aproxima a la noción de significante
flotante. De esta forma, el ecologismo queda disponible para ser articulado en
sistemas de significación que sí dibujen un antagonismo, que presenten una
exclusión y negatividad pura a la hora de pugnar por establecer el sentido de
lo social y ofrecer un cierre a la comunidad.
Sin ánimo de exhaustividad, repasamos someramente las posibles articu-
laciones de las que el ecologismo puede formar parte. Nuestra finalidad
era mostrar cómo distintas ideologías pueden acoger en su seno diferentes
cuestiones planteadas por el ecologismo, desechar otras y resignificarlas en un
sentido coherente con el sistema de significación que estas ideologías vienen
proponiendo. El ecologismo, entendido de forma aislada bajo el enunciado
«preservación del planeta», no es suficiente para dotarse de su propio sistema
de significación porque no puede proponer una exclusión radical, esto es, no
es capaz de trazar su propia frontera y constituirse como ideología.
Ese déficit le posiciona como un elemento disponible para ser articulado
en las ideologías que sí presentan cierta fijación de sentido. Estas ideologías,
al articular al ecologismo, se transforman en su interior y lo transforman
ofreciéndole el antagonismo del que carecía aisladamente. Así, vimos cómo
el ecosocialismo antagoniza con el capitalismo, el Green New Deal con el
modelo neoliberal, el ambientalismo neoliberal con el igualitarismo demo-
crático y el ecofascismo con el globalismo y la inmigración.
En definitiva, el ecologismo, dada su condición de significante flotante,
provisiona a las ideologías de una agenda verde que les permite articularla
en todo o en parte en el seno del sistema de significación que ya venían
sosteniendo. Ese es el motivo por el que las diversas ideologías disputan el
sentido de la crisis climática y de sus posibles abordajes desde cosmovisiones
Ismael García-Ávalos
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muy diferentes, cosmovisiones que responden a los distintos valores que cada
ideología prima frente a otros y al antagonismo que cada una de ellas establece
como su propia exclusión radical. Como no podría ser de otra manera, todas
las articulaciones posibles del ecologismo, en sus diversos sentidos, se enuncian
a sí mismas en el nombre del planeta.
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Financiamiento
Este artículo se ha elaborado en el marco de la estancia en el Grupo de Investigación
Estado, nación y democracia en el Perú y América Latina de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos (UNMSM), bajo la Convocatoria Erasmus+ con fines de estudios,
Terceros Países no Asociados al Programa (KA171) 2023/24.
Conflicto de intereses
El autor declara no tener conflicto de intereses.
Contribución de autoría
La contribución del autor en el artículo completo.
Agradecimientos
El autor agradece los alcances brindados por el Dr. Marco Antonio Lovón Cueva.
Biografía del autor
Profesor en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) e investigador predoctoral
especializado en teoría política y populismo en la Universidad Complutense de Madrid
(UC3M). Máster en Teoría Política y Cultura Democrática por la Universidad
Complutense de Madrid (UCM) y diplomatura en Estudios sobre Populismo e Iden-
tidades Políticas por la Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCAUS). Doble
grado en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Carlos III de Madrid
(UC3M).
Correspondencia
ismaga02@ucm.es