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Justicia Ambiental, 4(5), 2024, 69-107
Revista del Poder Judicial del Perú Especializada en la Protección del Ambiente
Vol. 4, n.° 5, enero-junio, 2024, 69-107
Publicación semestral. Lima, Perú
ISSN: 2810-8353 (En línea)
DOI: 10.35292/justiciaambiental.v4i5.890
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría
política sobre posibles articulaciones del ecologismo
In the name of the planet. An analysis from political theory on
possible articulations of environmentalism
Em nome do planeta. Uma análise da teoria política sobre as
possíveis articulações do ambientalismo
I G-Á
Universidad Complutense de Madrid
(Madrid, España)
Contacto: ismaga02@ucm.es
https://orcid.org/0000-0001-9589-0744
RESUMEN
La sostenibilidad del planeta ha ido ocupando a escala global las agendas
políticas e institucionales durante las últimas décadas. Analizaremos, desde la
teoría política, hasta qué punto es correcto entender la preservación del medio
ambiente como un asunto puramente científico que pueda ser abordado al
margen de la política. A su vez, nos interrogaremos por la capacidad de la
política para trascender las ideologías en materias de primer orden como la
crisis climática. Posteriormente, analizaremos si es posible concebir al eco-
logismo como un concepto unívoco o si, por el contrario, nos encontramos
ante un significante flotante, un concepto cuyo significado permanece en
abierta disputa entre distintas articulaciones políticas que pugnan entre sí
por dotarlo de un sentido concreto, armonizándolo con el conjunto de su
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Ismael García-Ávalos
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corpus ideológico. Así, por ejemplo, el ecosocialismo, el Green New Deal,
el ambientalismo neoliberal o el ecofascismo serían algunas de las diferentes
articulaciones políticas posibles que disputarían en nuestro tiempo el sentido
del ecologismo.
Palabras clave: teoría política; ecologismo; despolitización; articulaciones
políticas; significantes flotantes y significantes vacíos; antagonismo.
Términos de indización: ciencia política; gestión ambiental; política; gestión;
política interna; derecho (Fuente: Tesauro Unesco).
ABSTRACT
The sustainability of the planet has been occupying political and institutional
agendas on a global scale over the last decades. We will analyse, from the
perspective of political theory, to what extent it is correct to understand the
preservation of the environment as a purely scientific matter that can be dealt
with outside of politics. In turn, we will question the capacity of politics to
transcend ideologies in major issues such as the climate crisis. Subsequently,
we will analyse whether it is possible to conceive of environmentalism as a
univocal concept or whether, on the contrary, we are faced with a floating
signifier, a concept whose meaning remains in open dispute between different
political articulations that struggle to give it a concrete meaning, harmonising
it with the whole of their ideological corpus. Thus, for example, ecosocialism,
the Green New Deal, neoliberal environmentalism or ecofascism would be
some of the different possible political articulations that dispute the meaning
of environmentalism in our time.
Key words: political theory; environmentalism; depoliticisation; political
articulations; floating signifiers and empty signifiers; antagonism.
Indexing terms: political science; environmental management; politics;
management; internal policy; law (Source: Unesco Thesaurus).
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RESUMO
A sustentabilidade do planeta tem vindo a ocupar as agendas políticas e
institucionais à escala global nas últimas décadas. Analisaremos, a partir da
perspetiva da teoria política, até que ponto é correto entender a preservação
do ambiente como uma questão puramente científica que pode ser tratada
fora da política. Por sua vez, questionaremos a capacidade da política para
transcender as ideologias em grandes questões como a crise climática.
Posteriormente, analisaremos se é possível conceber o ambientalismo como
um conceito unívoco ou se, pelo contrário, estamos perante um significante
flutuante, um conceito cujo significado permanece em disputa aberta entre
diferentes articulações políticas que lutam para lhe dar um significado
concreto, harmonizando-o com o conjunto do seu corpus ideológico. Assim,
por exemplo, o ecossocialismo, o Green New Deal, o ambientalismo neoliberal
ou o ecofascismo seriam algumas das diferentes articulações políticas possíveis
que disputam o significado do ambientalismo no nosso tempo.
Palavras-chave: teoria política; ambientalismo; despolitização; articulações
políticas; significantes flutuantes e significantes vazios; antagonismo.
Termos de indexação: ciência política; gestão ambiental; política; gestão;
política interna; direito (Fonte: Unesco Thesaurus).
Recibido: 16/11/2023 Revisado: 5/3/2024
Aceptado: 15/3/2024 Publicado en línea: 30/6/2024
1. INTRODUCCIÓN
En el presente trabajo vamos a interrogarnos desde la mirada de la teoría
política sobre la cuestión del ecologismo. Veremos lo que esta mirada tiene
para aportarnos sobre asuntos como el cambio climático o la preservación
del planeta, asuntos en los que pareciera que el desarrollo de la investiga-
ción científica, tendente a un consenso mayoritario, debiera tener la última
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—cuando no la única— palabra. Sin invalidar en absoluto lo que la comu-
nidad científica tiene para decirnos acerca de los retos medioambientales que
afrontamos, señalaremos los riesgos que entraña un exceso de cientificismo
que pretenda desplazar a la política del lugar que le corresponde. Sostendre-
mos que ciencia y política son disciplinas y saberes diferentes, con propósitos
diferenciados, pero que resultan no solamente compatibles, sino necesaria-
mente combinables para afrontar con garantías los retos de sostenibilidad.
Vamos a explorar a qué nos referimos cuando hablamos de ecologismo.
¿Estamos ante una ideología?, ¿podemos decir que el ecologismo presenta un
conjunto de ideas y prácticas discursivas mínimamente coherentes entre sí
como lo hacen, por ejemplo, el liberalismo, el fascismo o el socialismo? Los
grandes -ismos han representado significantes privilegiados, en cuanto a su
capacidad condensadora y articuladora en torno a sí de la significación de
un campo antagónico. Es decir, fueron capaces de fijar el sentido —siempre
de forma contingente— de lo que representaban y de trazar una frontera
—porosa y precaria, pero estable— frente a lo que se oponían. Sin embargo,
en nuestra opinión, el ecologismo dista mucho actualmente de estar en
posición de poder jugar un papel similar y, por el contrario, se asemeja mucho
más a lo que daremos en llamar un significante flotante. Es decir, un concepto
sin fijación estable y susceptible de ser redefinido y articulado en diferentes
sentidos por aquellos significantes privilegiados a los que nos hemos referido.
Desde esta perspectiva nos aproximaremos a la multiplicidad de dis-
cursos que están presentes en la arena política para tratar de entender la poli-
semia que se produce cuando hablamos de ecologismo. Así, articulaciones
muy distintas como el ecosocialismo, el Green New Deal, el ambientalismo
neoliberal o el ecofascismo se disputan la legitimidad para trazar diagnósticos
y soluciones a la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el calentamiento
global o la proliferación de refugiados climáticos. Estas diversas articulaciones
presentan contenidos muy distintos, pero todas reclaman para sí hacerlo en el
nombre del planeta.
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2. CIENCIA, POLÍTICA Y DESPOLITIZACIÓN PARA SALVAR AL PLANETA
2.1. Ciencia vs. política
Durante las últimas décadas, y de manera creciente, la necesidad de garantizar
la sostenibilidad del planeta ha irrumpido con fuerza en el escenario público.
Esta preocupación atraviesa las agendas políticas de todo tipo de gobiernos,
con independencia de sus inclinaciones ideológicas, y viene concitando el
interés creciente de la sociedad civil. Por tanto, podemos hablar de una suerte
de sentido común de época en lo que a la preservación del medio ambiente se
refiere, que encontraría su consenso hegemónico en la obligación de actuar de
manera decidida, global y coordinada para poner freno a la temida catástrofe.
El disenso respecto a este sentido común de época habría estado vedado
para cualquier actor político que no quisiera verse condenado a la irrelevancia
y retratado como un elemento perturbador y polémico, quedando automá-
ticamente por fuera de los contornos de lo que la comunidad política puede
acoger como discrepancias respetables (Swyngedouw, 2011).
Sin embargo, en la última década, el negacionismo y el escepticismo
climático
1
han ido ganando peso y capacidad de expresión desacomplejada
(Abellán-López, 2021). El auge de estos fenómenos se manifestó en todo
su esplendor durante las presidencias de Donald Trump en Estados Unidos
(Bomberg, 2017) y de Jair Bolsonaro en Brasil (Franchini et al., 2020), e
impactó también de manera notable en varios gobiernos e instituciones de
la Unión Europea (Almiron y Moreno, 2022), coincidiendo con la irrupción
de fuerzas de derecha radical y extrema derecha en el continente en el marco
de un fenómeno político global (Vicente, 2023).
En este contexto, no es de extrañar que en el imaginario colectivo se
haya instalado una cierta dicotomía ciencia vs. política en todas las cuestiones
1 El negacionismo y el escepticismo climático son diferentes etiquetas que identifican
conductas reactivas a las políticas destinadas a frenar el cambio climático. Mientras
que el negacionismo se caracteriza por negar la evidencia científica, en ocasiones con
manifiesta hostilidad hacia los propios investigadores, el escepticismo no niega las
evidencias científicas, pero cuestiona sus implicaciones relativizando así su importancia
y minimizando sus consecuencias políticas y sociales.
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referidas al cambio climático en las que no cuesta rastrear la antigua distinción
platónica entre la episteme y la doxa.
Por un lado, estaría la ciencia como el terreno de la objetividad en el
que se desenvuelven los investigadores, los expertos y los técnicos desde la
legitimidad que otorga el verdadero conocimiento en estado puro. Es decir,
la episteme sin contaminar por los influjos de la política. Estas personas,
consagradas y guiadas únicamente al saber científico, serían las que ostentarían
un posicionamiento de mayor confianza para trazar diagnósticos fidedignos y
para prescribir las soluciones necesarias.
Por otro lado, y en oposición a lo anterior, estaría la política. Vendría
a representar el terreno de todos aquellos actores cuyo lugar de enunciación
queda fuera del conocimiento científico, al menos del consenso mayoritario
que se produce en su seno, y que por ello emiten meras opiniones, en su
mayor parte confrontativas con aquel conocimiento. La política sería, por
tanto, el terreno de la doxa, del saber aparente sin datos objetivos, lo que
explicaría que los políticos, a diferencia de los investigadores, los expertos y
los técnicos, pudieran permitirse emitir opiniones escépticas y negacionistas
frente al verdadero conocimiento de la realidad que representaría el saber
científico.
Desde este punto de vista, lo más sensato pareciera dejar en manos
de la ciencia y de los expertos nuestra salvación y el destino del planeta. La
política, alejada, escéptica o contraria a los diagnósticos, las conclusiones y
las recetas del conocimiento científico solamente podría añadir confusión y
zozobra a la resolución de una problemática como la del medio ambiente
y su sostenibilidad, que precisaría aproximarse a ella desde el conocimiento
objetivo y no desde la ideología. En el mejor de los casos, la política podría
quedar subordinada a la ciencia y reducida a un espacio de implementación
incuestionada de todas aquellas acciones que desde la ciencia fuesen dictadas
al ser consideradas necesarias en función del desarrollo de sus investigaciones
objetivas.
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2.2. En busca de un lugar para la política
Asumiendo, siquiera parcialmente, la presunta objetividad del conocimiento
científico
2
, nos detendremos en las implicaciones que tendría sacar de la polí-
tica a las cuestiones que nos ocupan y lo ineficaz que resultaría finalmente
una operación de tal envergadura. Pero antes de abordar dicha operación
de despolitización, conviene discernir el lugar específico de la política. Con
frecuencia, la política ha sido presentada en una dimensión administrativa,
y lo administrativo como mera reproducción de lo existente, de los valores
y objetivos ya determinados otrora por fuera de la política (Franzé, 2021),
opacando así su dimensión creativa. Aproximaciones de esa índole permiti-
rían sustraer a la política de espacios de decisión en favor de otras esferas más
técnicas o en posesión de supuestos mejores conocimientos.
Si el saber de los expertos es una cuestión de pericia técnica, podríamos
asemejar su papel con el de la burocracia en los Estados modernos. Weber
(2012), en su estudio sobre los diferentes tipos de dominación, señalaba que
«El principal factor de la superioridad de la administración burocrática es el
papel del conocimiento especializado, que la técnica moderna y los métodos
económicos de producción de bienes han hecho imprescindible» (p. 89).
Obviamente, el sociólogo prusiano estaba lejos de pensar en la cuestión de
la sostenibilidad y se refería, en cambio, a la profesionalización de la admi-
nistración para hacer más eficiente al Estado. Sin embargo, la posición de
privilegio que reserva al conocimiento es perfectamente trasladable al caso
que nos ocupa: «Administración burocrática significa dominación en virtud
del conocimiento. Este es el que le da su carácter racional específico. El
conocimiento especializado genera una potente posición de poder» (Weber,
2012, p. 91). Cabría preguntarse, por tanto, cómo se relaciona esta posición
privilegiada de poder en virtud del conocimiento especializado frente al poder
político, qué voluntad prevalecerá en caso de discrepancia. La respuesta es
inequívoca:
2 Para una discusión a fondo sobre el cuestionamiento de la objetividad de la ciencia y la
imposibilidad de escindir el conocimiento científico de la política, dado que siempre se
trata de un conocimiento emergente dentro de estructuras de poder, remitimos a Villa
(2019).
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La cuestión es siempre quién domina el aparato burocrático existente.
Y en esto tiene posibilidades limitadas quien no es un especialista.
El funcionario especialista […] casi siempre aventaja, a la larga, a
un ministro que no sea especialista en la imposición de su voluntad.
(Weber, 2012, p. 89)
Por tanto, el inevitable proceso de burocratización de los Estados
modernos entrañaba para Max Weber riesgos evidentes para la autonomía del
espacio político en el Estado. Para Weber (2008), era esencial la distinción
entre el funcionario y el político, reservando para este último en exclusiva el
espacio de la decisión, de marcar el rumbo y ostentar la dirección del Estado:
El espíritu dirigente […] es algo distinto a un «funcionario», no nece-
sariamente en su aspecto formal, pero sí en lo sustancial. […] no se le
exige ninguna clase de cualificación profesional como a los otros fun-
cionarios. Esto indica que, atendiendo al sentido de su cargo, hay una
diferencia similar a la que se da entre un empresario y un director
general en una economía privada. O, para ser más exactos, que debe
haber una diferencia. Y así es en realidad. Si un dirigente es, por el
espíritu de su trabajo, un «funcionario», con independencia de lo dili-
gente que pueda ser, es decir, si es un hombre habituado a realizar su
trabajo honradamente y con todo celo siguiendo el reglamento y las
órdenes, ni sirve para estar al frente de una empresa privada ni al frente
del Estado. (pp. 117-119)
Sirva esta cita para ilustrar la preocupación weberiana por reivindicar el
espacio político del Estado, el espacio de la decisión, como un lugar distinto
y de características diferentes a la dominación burocrática. Proponemos sus-
tituir la técnica y el conocimiento burocrático, objeto de las reflexiones de
Weber, por la técnica y el conocimiento propio de científicos, investigadores
y expertos de nuestro tiempo. Haciendo tal ejercicio, puede observarse que el
dilema actual que nos presenta la cuestión de la sostenibilidad entre conoci-
miento objetivo y política tiene su precedente en los orígenes de la domina-
ción legal burocrática.
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Es por ello por lo que sugerimos atender también al estudio de los
señalados por Weber como deseables límites a la burocratización. Muy espe-
cialmente a su reivindicación de un espacio distinto y prominente para lo
político:
Un funcionario que reciba una orden, en su opinión, errónea, puede,
y debe, manifestar sus objeciones. Pero si el superior insiste en que se
cumpla su orden, ya no es solo una obligación para él cumplirla, sino un
honor, como se correspondiera con más íntima convicción, mostrando
con ello que su sentido del deber está por encima de su propia voluntad.
[…] Un dirigente político que actuara de esa forma merecería desprecio.
A menudo se verá obligado a pactar compromisos, es decir, a sacrificar
lo menos importante a lo más importante. Pero si no tiene arrestos para
decirle a su superior (sea el monarca o el demos): o recibo ahora esta
instrucción o me voy, no es un líder sino un mísero «apegado al cargo»
[…]. Cuando se dice que el funcionario ha de estar «por encima de
los partidos», esto quiere decir en verdad que ha de estar fuera de
la lucha por un poder propio, la lucha por un poder propio y por la
responsabilidad propia por su causa, derivada del poder, es el elemento
vital del político y del empresario. (Weber, 2008, pp. 119-120)
En esta larga cita queda perfectamente diferenciada la naturaleza del
dirigente político frente a la del funcionario. La burocracia debe poner
su pericia y su conocimiento al servicio del político, pero permaneciendo
invariablemente bajo su mando, razón por la cual se le concede la posibilidad
de manifestar sus objeciones, sin que por ello pueda dejar de estar sujeta a
cumplir diligentemente las instrucciones de su superior. El político, en cambio,
debe luchar por hacer prevalecer su criterio, incluso contra los ciudadanos
que lo eligieron y a riesgo de perder su cargo, para no verse degradado en su
condición de dirigente a la de mero ostentador de cargo público.
Por tanto, el espacio soberano de la decisión, propio del dirigente
político, no puede quedar contenido en el saber científico. El científico hoy,
como el funcionario ayer, representan una pericia y un saber necesarios para la
adopción e implementación de decisiones políticas, pero no suficientes para
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justificar dichas decisiones y las políticas públicas de ellas derivadas. Q
hacer con ese conocimiento, qué compromisos adoptar y qué sacrificios reali-
zar son cuestiones que deben decidirse exclusivamente en el espacio reserva-
do para la política y en función de criterios también estrictamente políticos.
En relación con esta cuestión, no sin cierta ironía, el propio Weber (2007)
citaba a Tolstói en una de sus conferencias más célebres: «La ciencia carece
de sentido, puesto que no tiene respuesta para las únicas cuestiones que nos
importan, las de qué debemos hacer y cómo debemos vivir» (p. 76). Esas
respuestas, en tanto que cuestiones colectivas que competen al conjunto de la
comunidad —como la preservación del planeta—, deberán ser halladas en la
esfera de la política.
El conocimiento científico no puede decirnos lo que tenemos que
hacer porque el espacio de la decisión pertenece exclusivamente a la esfera
de la política. Pensemos, por ejemplo, en el caso de un paciente terminal
sin posibilidad de recuperación. La ciencia médica puede dotarnos de los
instrumentos necesarios para mantenerlo con vida, pese a su posible dolor y
el de sus familiares, o para poner fin a su existencia de manera indolora. Sin
embargo, la decisión sobre lo que sería un tratamiento médico proporcio nado
o un encarnizamiento terapéutico, así como sobre la conveniencia o no de
legalizar la eutanasia presenta dilemas éticos para el conjunto de la comu-
nidad que pertenecen en exclusiva a la esfera de lo político. La ciencia abre
posibilidades que son transitadas en función de las orientaciones valorativas
—esto es, en referencia a los valores de una sociedad dada— y de los objetivos
que la comunidad política decide darse a sí misma. Ya sea una muerte digna
o la preservación del planeta. Y ese es, por antonomasia, el lugar para la polí-
tica: el espacio de la decisión.
2.3. ¿Hacia la despolitización verde?
Como hemos señalado, la preocupación global por la crisis climática ha ido
en aumento en nuestras sociedades. Así lo atestiguan los diversos informes
que se realizan con cierta periodicidad para mediar la evolución de la opinión
pública al respecto. El Eurobarómetro (2008), elaborado conjuntamente
por la Comisión Europea y el Parlamento Europeo, señalaba en 2008 que el
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cambio climático era, después de la pobreza, el principal problema al que se
enfrentaba el mundo para el 62 % de los encuestados. El estallido de la crisis
financiera alteró estas percepciones, situando a la cabeza de las preocupacio-
nes de la ciudadanía europea cuestiones que afectaban a su vida cotidiana
como el desempleo, el crecimiento económico, la inflación y la pérdida de
poder adquisitivo (Eurobarómetro, 2009). No obstante, para 2018, tal y
como muestra el estudio de la European Social Survey (2018), más del 90 %
de la ciudadanía europea consideraba ya que el cambio climático era una
realidad incontestable sobre la que tomar medidas.
Por su parte, en la región latinoamericana el nivel de incredulidad res-
pecto al cambio climático se situaba para 2017 en el 32 %. Si bien es un
porcentaje superior al reflejado para las sociedades europeas, también se trata
de un resultado menos homogéneo entre los distintos países que conforman
la región. El escepticismo se eleva en países de Centroamérica y en Ecuador
de manera notable, superando el 55 %, mientras que se reduce a porcentajes
similares a los europeos para países del cono sur de la región, como mues-
tra el 11 % que obtiene Uruguay. En todo caso, el 69 % de los habitantes
de América Latina considera que se trata de un problema urgente sobre el
que es necesario actuar, sitúa un 79 % de dichos habitantes a los humanos
como principales responsables del problema y declara un 71 % del conjunto
de los encuestados que deben adoptarse medidas para paliarlo incluso asu-
miendo consecuencias negativas para el crecimiento económico de la región
(Latinobarómetro, 2017).
A la luz de todos estos datos, existe un amplio consenso tanto en la
comunidad científica como en el conjunto de nuestras sociedades respecto
a dos cuestiones fundamentales: (1) el cambio climático existe y supone
un problema de primer orden y (2) deben tomarse medidas con carácter
de urgencia. Desde esta perspectiva, cabría preguntarse por qué la política
pareciera ir a rezago de este consenso mayoritario —cuando no en su contra—
y si, en lugar de ser la instancia de la que cabría esperar una solución, no se
habría convertido la política en parte del problema. Ante la imposibilidad
de alcanzar y ejecutar acuerdos desde las instituciones y la certeza de que nos
jugamos demasiado, ¿no sería mejor dejar el asunto en manos de los técnicos
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y los expertos?, ¿no estarán los técnicos y los expertos mejor capacitados para
adoptar soluciones basándose en su conocimiento científico?, ¿no tendrán,
además, mayor libertad para hacer lo que hay que hacer al estar alejados de
intereses partidistas y compromisos ideológicos?, ¿no convendría, en defini-
tiva, despolitizar el problema del cambio climático?
Diversos estudios empíricos señalan el destacado papel que desempeñan
las crecientes demandas de pericia y especialización por parte de los ciudada-
nos a la hora de ordenar sus preferencias entre distintos tipos de gobernanzas
(Bertsou y Caramani, 2022; Lavezzolo et al., 2022). En dichos estudios, los
encuestados señalan sus preferencias por expertos independientes frente a
políticos electos para las etapas de diseño e implementación de políticas públi-
cas en todos los asuntos políticos. Estas preferencias estarían en sintonía con
las tareas que, como vimos en el análisis de la dominación legal, competerían
a las burocracias en los Estados modernos. Sin embargo, para la etapa crucial
de la toma de decisiones, la que siguiendo a Weber debería quedar exclusiva-
mente reservada a la dirigencia política, los encuestados no muestran prefe-
rencia por los políticos electos frente a los expertos. De hecho, para la política
ambiental y todo lo relacionado con el cambio climático, la ciudadanía pre-
feriría que la toma de decisiones quedase también en manos de los expertos
(Bertsou, 2022).
Este tipo de gobernanza, en la que los técnicos y los expertos ocupan el
lugar de la toma de decisiones, es conocida como tecnocracia. Existen múlti-
ples aproximaciones desde la ciencia política a la tecnocracia y no pretende-
mos en este trabajo sumergirnos en ellas, baste con señalar que en el caso de
la política medioambiental estaríamos llegando a ella como solución a través
de la necesidad de hacer valer el consenso científico para implementar las
soluciones que de dicho consenso entre los expertos pudiesen derivarse.
La cuestión es que estas afirmaciones presuponen demasiados enuncia-
dos para desembocar en lo que daremos en llamar la despolitización verde,
es decir, la sustracción de la política de la toma de decisiones en materia
medioambiental y de lucha contra el cambio climático.
En primer lugar, se presupone que la ciencia es el resultado de una acu-
mulación de conocimientos. Por tanto, los expertos y los técnicos, poseedores
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de estos conocimientos, trazarían un diagnóstico objetivo e incuestionable
de la situación para, a continuación, hallar soluciones de la misma naturaleza
indiscutible en forma de políticas públicas. Los cuestionamientos, según
este argumento, están viniendo desde la esfera de la política, ralentizando,
cuando no impidiendo, la eficiencia en cuestiones tan sensibles. El asunto
decisivo es que este primer argumento desconoce la verdadera naturaleza del
conocimiento científico que no es, en absoluto, distinto a cualquier otro tipo
de conocimiento social. La ciencia, lejos de ser una sucesión acumulativa
y coherente, avanza desechando viejos paradigmas y creencias previamente
aceptados y los sustituye por nuevos paradigmas y creencias. No existen
en la ciencia fundamentos del conocimiento absolutos. En definitiva, el
conocimiento científico no escapa de la contingencia constitutiva de todo
conocimiento social. Con lo anterior no se pretende relativizar lo que la
ciencia tiene hoy para decirnos acerca del cambio climático, todo lo contrario.
Lo que queremos señalar es que la supuesta distinción de saberes a la hora de
tomar decisiones entre un saber objetivo y absoluto del lado de los expertos y
otro subjetivo y parcial del lado de la política debe ser, al menos, cuestionada.
¿Nos empuja lo antedicho a desbarrancarnos por el precipicio del relativismo?
En absoluto. Lo que hace es invitarnos a pensar toda fijación de sentido,
incluida la del conocimiento científico, como una operación de naturaleza
contingente y necesariamente expuesta a su posible dislocación para alumbrar
otra fijación de sentido alternativa, que será de naturaleza igualmente con-
tingente (Laclau, 1993). Los paradigmas pueden ser considerados, desde
esta perspectiva, como las fijaciones de sentido propias del conocimiento
científico. Este conocimiento, como todo proceso social, se rige por dinámicas
y produce efectos cognoscibles mediante la sedimentación de sus prácticas.
Es decir, si bien el conocimiento, en tanto proceso, está abierto —y obligado,
podríamos decir— a continuar evolucionando incluso mediante su propio
autocuestionamiento, la evolución histórica que lo antecede lo dota de una
sedimentación que cristaliza y fija parcialmente su sentido. Los hallazgos de
la ciencia son, por tanto, algo menos que verdades absolutas y algo más que
creencias de coyuntura.
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La ciencia puede y debe auxiliar en la toma de decisiones políticas, así
como en el diseño y la implementación de estas, pero carece de una posición
de privilegio respecto a la propia política para la adopción de tales decisiones
porque el conocimiento objetivo, absoluto e incuestionable que se le pre-
supone para ocupar tal lugar de privilegio es, en realidad, un conocimiento
contingente al estar cuestionado permanentemente por el mismo desarrollo
de la investigación científica. En otras palabras, si el conocimiento científico
que atesoramos es el fruto del descarte y la sustitución de viejos paradig-
mas para alumbrar otros nuevos, difícilmente podemos pretender congelar
el avance científico en su estado actual, renunciar a sus futuros desarrollos
contradictorios y pretender adoptar todas nuestras decisiones basándonos
en los hallazgos de los que hoy disponemos renunciando a los del mañana.
No obstante, ¿cómo es posible que esta idea, que pareciera casi una
intuición prepolítica, arraigue? Sostenemos que la despolitización es el gesto
político por excelencia. El intento continuado de presentar la cuestión
medioambiental por fuera de la política y al margen de las ideologías es,
en puridad, absolutamente político. Toda posición política está sujeta a la
lucha por el poder y, para alcanzarlo, debe disputar el sentido en la contienda
ideológica. Una posición política será tanto más exitosa cuanto más logre
naturalizar sus ideas concretas y pueda presentarlas como derivadas del sentido
común o apolíticas. A esta operación se le denomina hegemonía (Laclau y
Mouffe, 1987).
En el caso que nos ocupa, la despolitización verde consistiría en la
imposición de ideas de implementación y gestión presumiblemente asépticas
en sustitución del conflicto político derivado de las visiones parciales de las
ideologías. La tecnocracia ofrecería la promesa de gestión eficiente frente al
inoperante conflicto ideológico. En esta aproximación tecnocrática no sola-
mente subyace, como acabamos de ver, una conceptualización errónea de la
ciencia.
En segundo lugar, y no por ello menos importante, se adopta una
visión profundamente problemática respecto de la política. La tecnocracia es
el resultado más acabado, aunque no el único posible, de entender la política
como mera administración en lugar de como creadora de sentido. La política
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entendida como administración tendría como principal actividad la gestión
de los asuntos públicos de forma neutral y ponderada entre los fines preten-
didos y los medios a su disposición para alcanzarlos (leyes, impuestos, sancio-
nes, etc.). Una buena política sería aquella capaz de administrar las realidades
que suceden en otros ámbitos, como el económico o el climatológico, y de
adecuar su accionar a las necesidades de dichas realidades. Una mala política,
por tanto, sería aquella que hiciese primar intereses particulares, sesgados e
ideológicos por sobre la correcta actividad de gestión.
Lo que esta visión de la política desatiende es que la propia naturaleza
de la política hace imposible la gestión neutral, dado que toda acción admi-
nistrativa aparece irremediablemente derivada de una decisión y esta, a su vez,
es siempre sostenida en la elección de unos valores. La política es la lucha de
valores sin fundamento último y resulta, en consecuencia, radicalmente ajena
a la técnica y a la administración neutrales.
Desde esta perspectiva, lo apolítico o lo postpolítico, es decir, la ausencia
o la superación de lo político, serían nombres de un imposible, puesto que no
habría forma de cesar esa lucha por la producción y la fijación de sentido de
los valores que ordenan nuestras sociedades. Sin embargo, lo que sería posible
es tratar de invisibilizar esa lucha:
Si lo político es la lucha por el sentido que pone en juego los principios
configuradores de la comunidad, la despolitización consiste en presen-
tar esos principios como algo no sujeto a disputa, neutrales, despro-
vistos de toda violencia, y por tanto la lucha en torno a ellos como un
sinsentido salvo para interesados, fanáticos, o ignorantes: es la disolución
de lo político en la administración, en la técnica, operación que suele
dar por resultado la política. (Franzé, 2015, p. 160)
A esto nos referimos cuando hablamos de despolitización verde. Habla-
mos de la operación que pretende sustraer la lucha por el sentido político del
cambio climático, ocultar los diferentes valores en juego a la hora de apro-
ximarnos al problema y a sus posibles soluciones y, en su lugar, reducirlo
a una cuestión técnica y científica, radicalmente objetiva e incuestionable.
La cuestión es que, por paradójico que aparentemente pueda parecer, esta
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despolitización resulta ser el gesto político por excelencia. La despolitización
pretende sustraer del debate democrático las decisiones políticas que se toman
y los valores que las orientan. Pretende ocultar los fundamentos contingentes
en los que se basa para ordenar la comunidad política en un determinado sen-
tido. Pero no pretende dejar de disponer un orden concreto, sino presentarlo
como el único posible en lugar de uno preferible entre otros:
El discurso de la lucha política suele recurrir en nombre de la seriedad,
al discurso analítico-explicativo, concretamente a «los datos científicos»
o a la voz del «experto», pero lo hace no para mostrar que su perspectiva
es una posible entre otras, sino para argumentar que sus valores son
los verdaderos y/o que la realidad impone una única solución; en
ambos casos, la consecuencia es que no hay posibilidad de elegir entre
valores. Así, clausura el debate despolitizando la lucha. (Franzé, 2015,
pp. 166-167)
Sostenemos que la despolitización es un riesgo y una amenaza para las
democracias liberales y para el pluralismo. Bajo el supuesto de un fin superior
—en el caso de la despolitización verde, en el nombre del planeta— se despoja
a los miembros de la comunidad política de la capacidad para decidir sobre
los valores que deben regirla:
La configuración de la comunidad es la forma en que esta organiza
su politicidad: quién decide, cómo, sobre qué, cuáles son las voces
autorizadas y cuáles no, quién forma parte de la comunidad, qué es lo
colectivo y qué no, cuál es el papel de la política en la comunidad, qué
criterios legitiman una decisión, cómo afecta esa decisión al carácter
político de la comunidad. (Franzé, 2015, p. 162)
Todas estas cuestiones, eminentemente políticas, no pueden desaparecer
porque la comunidad no se constituye de una vez y para siempre, sino que
permanece en continua producción y disputa por el sentido; la comunidad no
puede cerrarse ni desligarse del proceso creativo que supone la política.
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría política
sobre posibles articulaciones del ecologismo
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Por su parte, la despolitización supone el ocultamiento de los valores
que sustentan las decisiones adoptadas y la negación del coste de oportunidad
que acompaña a todas ellas. La tentación tecnocrática, poner esas decisiones
en manos de científicos y expertos, supone, por tanto, sustraer al conjunto
de la comunidad la responsabilidad de tomar decisiones políticas, es decir,
decisiones sin mayor fundamento que los valores que las orientan —por
oposición a pretendidos fundamentos técnicos objetivables— para configurar
sus propios contornos y actuar en consecuencia.
La despolitización verde es un riesgo y una amenaza a las democracias
pluralistas porque sustrae la posibilidad de que diversas voces discutan sobre
las mejores decisiones a adoptar en función de los valores que pretendan
honrar —la preservación del planeta, el crecimiento sostenible, el desarrollo
con inclusión, la industrialización del tercer mundo o cualesquiera otras
decisiones— y busca, en su lugar, otorgar un lugar de enunciación privilegiado
y exclusivo a voces expertas que puedan limitarse a encontrar y administrar
adecuadamente la verdadera solución al desafío de nuestro tiempo.
Esta sensación de agravio que produce la posición aristocratizante y
elitista de la despolitización verde representa el caldo de cultivo ideal para
los argumentos negacionistas que van tomando peso en nuestras sociedades.
Lejos, por tanto, de producirse fruto de una excesiva politización, los discursos
negacionistas se presentan como el reverso tenebroso de una despolitización
en el nombre del planeta, que resulta ser de naturaleza tan abiertamente
excluyente como paradójica e irremediablemente política.
3. IDEOLOGÍA, SIGNIFICANTES VACÍOS Y FLOTANTES
Descartada la posibilidad de alcanzar un estadio postpolítico, entendido
como la superación del conflicto mediante la ausencia de la política en la
gestión, cabría interpelarse por la posibilidad de superar —en realidad, de
suprimir— la ideología de la política. Si no podemos eludir la necesidad de
elegir entre diversas opciones y de tomar decisiones sin mayor fundamento
ontológico que los valores que las inspiran, que hemos convenido como núcleo
esencial de la política, al menos podríamos esperar que dichas decisiones no
vengan «contaminadas» por ideologías que cieguen nuestras elecciones. En
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otras palabras, si no podemos despojarnos del núcleo esencial de la política,
al menos, deberíamos poder apostar por la defensa y la promoción de deter-
minados valores frente a otros sin que nuestra apuesta venga supeditada a
ninguna ideología particular.
En teoría política puede encontrarse el enfoque de la «crítica de la
ideología» desde diferentes tradiciones. Desde el marxismo clásico, con su
señalamiento de la «falsa conciencia», hasta el ideal deliberativo habbermasiano
de una esfera pública construida sobre la base de una comunicación no
distorsionada. La base fundamental de esta crítica en todas y cada una de
las tradiciones que la hicieron suya fue abogar por un momento a partir del
cual la realidad se mostraría sin mediaciones discursivas que la tergiversen.
Superados los relatos interesados de parte, podríamos encontrar valores
objetivamente deseables, fuesen para una clase social en particular —en el
caso del marxismo— o para el conjunto de la comunidad —en el ideal
deliberativo—.
Como puede observarse, esta crítica de la ideología y el razonamiento
que la sustenta mantienen la noción de una positividad plena. Ahora no se
alcanzaría en esferas diferentes de la política, como la ciencia o la economía,
sino desde dentro de la propia política, atendiendo a la pluralidad de discursos
que alberga en su seno, filtrando las distorsiones ideológicas de parte hasta
alcanzar la ansiada neutralidad. Del mismo modo que antes teníamos un
positivismo naturalista ahora tenemos uno de carácter fenomenológico.
Una vez más, una operación así no solamente no es posible, sino que
encierra la mayor carga imaginable de aquello que presume superar. El pre-
tendido desembarazo de las distorsiones ideológicas constituye la más elevada
distorsión ideológica posible en política. Del mismo modo que señalamos
que la despolitización era el gesto político por excelencia, la noción misma de
un punto de vista político «no ideológico», sin distorsiones de parte, consti-
tuye la ilusión ideológica por excelencia.
Frente a las distintas críticas a la ideología por distorsionar el sentido
primario de lo social, sostenemos que dicho sentido primario se presenta
ya irremediablemente distorsionado. Es decir, que la distorsión no viene
precedida de un sentido primario que desvirtúa, sino que ella misma es
En el nombre del planeta. Un análisis desde la teoría política
sobre posibles articulaciones del ecologismo
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constitutiva del sentido. El sentido original sería, en cierto modo, una ilusión.
La distorsión, por su parte, consistiría precisamente en crear esa ilusión. Por
ello, entendemos la distorsión como constitutiva del sentido de lo social. La
consecuencia más importante de este enfoque es que lo social no termina de
encontrar su cierre positivo, la sociedad no puede reconciliarse como totalidad
plena. En su lugar, encontramos una «apariencia» de cierre, intentos parciales
y contingentes de ocultamiento de la dislocación de lo social mediante
discursos que se presentan como identidades cerradas. El acto de distorsión
consiste en proyectar en esas identidades la dimensión de cierre de la que
constitutivamente carecen:
La operación de cierre es imposible pero al mismo tiempo necesaria;
imposible en razón de la dislocación constitutiva que está en la base
de todo arreglo estructural; necesaria porque sin esa fijación ficticia del
sentido no habría sentido en absoluto. (Laclau, 2014, pp. 27-28)
Lo que vemos con Laclau es que, en política, la distinción entre sentido
«objetivo» e ideología carece de fundamento, pues la ideología, en tanto ope-
ración de fijación ficticia de sentido, constituye toda pretendida objetividad
de lo social. Por tanto, no hay sentido más allá de la ideología dado que todo
sentido social se asienta necesariamente sobre ella.
Faltaría por comprender cómo la ideología «logra» su propósito de
encarnar el cierre de lo social
3
. Tal propósito no puede hacerse más que
mediante la proyección de sí misma en objetos concretos que se manifiestan
en lo social. Será aquí donde la noción de significantes vacíos y flotantes
adquiera una importancia de primer orden. Pero veamos primero cómo se
realizaría la proyección ideológica sobre los objetos concretos.
Imaginemos que EE. UU., en su condición de una de las principales
potencias económicas del mundo, decidiera reducir sus elevadas tasas de
emisiones de gases de efecto invernadero a razón de un 10 % anual. Esta
3 La ideología logra su propósito a nivel óntico, pero vimos que todo cierre de la sociedad
será necesariamente precario, contingente y abierto a la disputa política porque a nivel
óntico no puede trascender la distorsión constitutiva de lo social.
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medida, tomada aisladamente, no pasaría de ser una decisión técnica sobre
cómo administrar la economía y, de mantenerse aislada, no podría convertirse
en una ideología en la forma que la estamos entendiendo. Sin embargo, la
particularidad de la medida económica podría encarnar algo que la trascendiera
a sí misma —por ejemplo, el desarrollo sostenible, el decrecimiento, el freno
al cambio climático, la justicia ambiental, etc.—. En definitiva: la posibilidad
de percibir a la sociedad como un conjunto coherente y de ofrecerle un cierre
al sentido que la constituye.
Este es el efecto ideológico stricto sensu: la creencia en que hay un
ordenamiento social particular que aportaría el cierre y la transparencia
de la comunidad. Hay ideología siempre que un contenido particular
se presenta como más que sí mismo. Sin esta dimensión de horizonte
tendríamos ideas o sistemas de ideas, pero nunca ideologías. (Laclau,
2014, p. 29)
Así, vemos como el objeto concreto —la reducción de las emisiones de
gases de efecto invernadero, en nuestro ejemplo— comienza a encarnar algo
que lo trasciende. Pero eso que trasciende al objeto concreto —la ideología
que simula el cierre de sentido comunitario— no puede ser una otredad
respecto al objeto, dado que su única forma de constituirse es mediante su
proyección en objetos concretos. La cuestión esencial aquí es que el objeto
que pasa a encarnar la ideología debe sufrir una transformación, un
vaciamiento, para trascender su sentido concreto y acoger en su seno el sentido
del cierre de lo social que ofrece la ideología que se proyecta sobre él.
Imaginemos que se procura dar un cierre verde —un intento ecologista
de definir el sentido de lo social— mediante, por ejemplo, el enunciado
«preservación del planeta». El consumo responsable, la conservación de la
biodiversidad, la racionalización del uso hidráulico, la finalización de la
sobrepesca y la ganadería industrial, poner coto a la contaminación química
y electromagnética, así como la apuesta por transportes de bajas emisiones
supondrían, entre otras, nociones de lo que podríamos llamar «preservación
del planeta». Sin lugar a duda, podríamos ampliar el listado de forma
prácticamente infinita. A este listado es a lo que Laclau nombra cadena de